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martes, 22 de abril de 2014

Juan 2:13-25 – Jesús se opone radicalmente a que la casa de Dios sea un mercado

Después de la boda en Cana, Jesús, su familia y sus discípulos continúan su viaje en dirección a Capernaúm y Jerusalén.

Cuando se aproximaba (Y estaba cerca) la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo (un lugar sagrado; todo el precinto) halló a los que vendían (negociar con) bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero (y a los que negocian con monedas sentados).

Según vemos acá, el plan de Jesús y su familia probablemente era asistir al peregrinaje anual que las familias hacían para ir a Jerusalén, con el fin de ir al templo a celebrar la fiesta de la Pascua. La festividad de la Pascua (Hebreo: pasar, saltar de un lado a otro) fue instituida por Dios en el Antiguo Testamento. Era una de las principales celebraciones judías, que recordaba la noche en que el ángel de Dios pasa por las casas de Egipto e inicia la liberación de Israel de la esclavitud. Todavía se celebra casi de la misma manera en que se hacía hace siglos: con un banquete en la cual se come pan sin levadura y se sacrifica un cordero como símbolo de la expiación de nuestros pecados. (Éxodo 12; Deuteronomio 16:1:1-8). Con la pascua comienza el año judío. Jesús instituye después en su última Pascua, durante la misma noche en que se recuerda la salida de Egipto, la Santa Cena o Última Cena, con la cual traslada el simbolismo de la Pascua judía a su propia persona y declara que él es el Cordero que se sacrifica por los pecados de la humanidad. Esta misma cena se convierte tanto en la culminación del Antiguo Pacto, como en el comienzo de un Nuevo Pacto, por lo cual Jesús le ordena a los discípulos continuar con la tradición para recordarle que regrese y pre-celebrar las bodas del Cordero.

Al llegar Jesús a Jerusalén, vemos que se dirige primeramente al templo y cuando llega observa que todo el recinto del templo estaba lleno de negociantes que vendían los animales establecidos para el sacrificio y también aquellos que negociaban cambiando las cosas que traían los peregrinos por monedas con las cuales pudieran comprar los sacrificios. La ley judía establecía que dependiendo del tipo de pecado por el cual se quería hacer expiación, así como de los recursos financieros de cada uno, se debía sacrificar un animal diferente. Pero estos animales tenían que ser perfectos y contar con ciertas condiciones especiales. Originalmente cada familia traía sus propios animales para el sacrificio y el sacerdote oficiaba el mismo. Pero los religiosos de la época de Jesús vieron en esta práctica la oportunidad de hacer dinero, por lo cual le prohibieron a la gente traer sus propios animales y les obligaron a comprarlos en el templo. Quienes no tenían animales y necesitaban uno, debían cambiar alguna otra posesión por monedas, para con ellas comprar los animales deseados. Como vemos, esta práctica indigno muchísimo a Jesús.

Entonces, haciendo un látigo de cuerdas (cuerdas cortas/pequeñas), echó (expulsar) a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero (negociantes de monedas) y derribó sus mesas. A los que vendían (negociaban con)  las palomas les dijo:

—¡Saquen esto (estas cosas) de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa (hogar, habitación) de mi Padre en un mercado (gr. emporion – mercadería, emporio)? (No conviertan la casa de mi Padre en una habitación de mercadería).

Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo (la pasión) por tu casa (habitación, hogar) me consumirá.» (Salmo 69:9).

Tristemente la práctica de hacer negocio con la fe siguió usándose no solo en la tradición judía de aquella época, sino especialmente en la iglesia cristiana a lo largo de los años e incluso hoy en día: la iglesia católica la tuvo durante la edad media para financiarse a través de las indulgencias y la venta de reliquias, la iglesia protestante las retomo después a través de la institución de un sistema de ofrendas que no tiene sustento bíblico, y hoy en día sigue haciéndose negocio con ello, no solo con la venta de objetos de culto, sino a través de la teología de la prosperidad, a través de la cual incluso se condiciona la sanidad, la prosperidad y otras bendiciones al hecho que uno haya dado su ofrenda a la iglesia; en términos de ellos “a Dios”. Personalmente creo que Jesús esta hoy igual de indignado con la actitud de los religiosos que practican esto, al igual que lo estaba en su época al ver lo que pasaba en el templo.

Tal es la indignación de Jesús, que se hace un látigo con el cual echa fuera a todos los negociantes que están en el templo, reclamándoles que han hecho de la casa de su Padre un centro de negocios. Jesús busca enfocar de nuevo a la gente en el objetivo del templo: el hecho de que Dios habita allí, y que la razón principal del mismo, es que la gente pueda ir a encontrarse con Dios, no a lidiar con negociantes y cumplir unos ritos que esclavizaban a la gente y hacían ricos a quienes se aprovechaban de ellos.

Otra razón por la cual Jesús vuelve el foco de la gente hacia Dios Padre, es el recordarles de donde ha venido la existencia del templo y lo que realmente debía representar. Cuando vamos atrás en la historia, vemos que inicialmente, en la creación, el ser humano y Dios se paseaban juntos, conversando cara a cara. Después, con el pecado del ser humano, esa relación directa se rompe, al romperse la confianza entre los dos. Dios podía haber desechado a su creación y dejar al hombre solo, pero no lo hace; Dios decide seguir amándolo y busca restaurar esa relación con él. A lo largo del Antiguo Testamento vemos entonces ejemplos de personas que tienen esos encuentros y conversaciones personales con Dios: Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés. Todos ellos tuvieron encuentros personales con Dios y conversaciones que les guiaron en la vida, y ninguno de ellos jamás asistió a la iglesia o a un templo. Con Moisés, la historia empieza a tomar otro rumbo. Mientras que hasta acá los encuentros habían sido principalmente a unas pocas personas, a partir de Moisés Dios se comienza a mostrar a su pueblo entero a través de milagros y señales sobrenaturales. Esto lo hace inicialmente para demostrarles que les puede sacar de Egipto y guiarles a la tierra prometida que todos sus antepasados habían anhelado. Pero Dios desea ir más allá: cuando llegan a un lugar del desierto en el cual se encuentra el monte Sinaí, Dios le anuncia a Moisés que se quiere revelar directamente a su pueblo y hablarles directamente a cada uno de ellos. Tristemente la reacción del pueblo es de miedo y en vez de aprovechar la oportunidad de una relación directa con Dios, deciden que sea Moisés el único que hable por ellos (muy parecido a lo que tenemos hoy con los pastores y líderes de las iglesias). Los resultados los vemos unos capítulos después: idolatría, desobediencia, etc. Sin embargo, Dios no se da por vencido y le da a Moisés el diseño del precursor del templo: el tabernáculo. Dios le muestra con ello al pueblo que quiere habitar en medio de ellos y con ellos. El tabernáculo no era un lugar de reunión como tal, sino un lugar para sacrificios, en los cuales se iba anunciando el sacrificio futuro de Jesús. El pueblo sabía que Dios estaba allí, cuando veían el fuego o la nube sobre la carpa del mismo.

Tiempo después, cuando el pueblo de Israel ya es una nación establecida, basada en una teocracia que funcionaba relativamente bien; el pueblo, después de ver que las otras naciones alrededor tenían sus reyes y príncipes, decide que tener a Dios como jefe de la nación no es suficiente y le pide al profeta Samuel que establezca un rey. Samuel, quien tenía una relación directa con Dios, entiende que esto es un error y trata de convencer al pueblo de que están cometiendo un grave error. Dios, a pesar de todo, permite al pueblo tener lo que desean, no sin antes advertirles de las consecuencias. Hasta acá, vemos que la gente había rechazado a Dios en varias formas: lo saco primero de su intimidad y relación personal, después lo saco de su fe y por ultimo termina sacándolo de su cotidianidad. Afortunadamente Dios se encarga de establecer un rey con el cual tiene una fuerte relación: David. David entiende bien lo que Dios realmente quiere y busca restablecer el tabernáculo que había sido prácticamente olvidado; busca restablecer la relación de Dios con su pueblo. El recupera el tabernáculo y lo deja en un lugar al que todo el mundo puede acceder. Interesantemente esta viene a ser la única época en que todo el mundo puede acceder al tabernáculo mismo a buscar a Dios y tener una relación con él. Por eso es retomado en el Nuevo Testamento como ejemplo del acceso directo que tenemos con Dios. David desea que la presencia de Dios sea más consiente en su pueblo y decide construir un templo para Dios, pero reconoce claramente en uno de sus Salmos que Dios no habita en templos ni lugares construidos por personas. Su interés principal es que las personas entiendan que Dios siempre estaba cerca de ellos, al alcance de su corazón. El pueblo sin embargo olvido eso, y acá tenemos a Jesús recordándoselos una vez más. La pasión que Jesús tenía y que el salmista menciona, no era la pasión por una edificación en sí, era la pasión por la presencia de Dios allí. Jesús anhelaba que la gente entendiera que la prioridad en nuestras vidas no la tenían los sacrificios y actos expiatorios, sino la presencia de Dios en nuestras vidas.

Entonces los judíos reaccionaron, (y le dijeron) preguntándole:

—¿Qué señal (ceremonial o sobrenatural) puedes mostrarnos para actuar de esta manera (para hacer lo que haces)?

—Destruyan (liberen) este templo (habitación, santuario, la parte central del templo) —respondió Jesús (y les dijo)—, y lo levantaré (despertar, levantar de un estado de sueño, muerte, oscuridad, etc.) de nuevo en tres días.

(Dijeron entonces los judíos:…) —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo (habitación), ¿y tú vas a levantarlo (despertar) en tres días?

Pero el templo (habitación) al que se refería era su propio cuerpo. Así, pues, cuando se levantó (fue levantado (despertado)) de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron (tuvieron fe, confiaron) en la Escritura y en las palabras (la palabra – logos) de Jesús.

Los religiosos judíos obviamente reaccionan inmediatamente ante lo sucedido cuestionando la autoridad de Jesús y reclamándole que demuestre que tiene autoridad para hacer lo que hizo. La respuesta de Jesús es simple: él pasa de la edificación templo a declararse él mismo el templo, y profetiza su muerte y resurrección frente a ellos. Los judíos, que solo se enfocaban en lo importante que era su templo, no entienden la parábola que Jesús usa para describir quien es él y lo que va a hacer y siguen insistiendo en la edificación. Incluso los discípulos solo caen en cuenta de ello, después de que Jesús ha resucitado de los muertos, cumpliendo su propia profecía.

En el Nuevo Testamento vemos que la comprensión de los discípulos al respecto también cambia después, cuando mencionan que el templo de Dios somos cada uno de nosotros y que Cristo habita en nosotros, lo cual siempre ha sido el objetivo de Dios: que seamos uno con él y él con nosotros – la relación perfecta de intimidad; el regreso a la creación original.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta (festival) de la Pascua, muchos creyeron (tuvieron fe, confiaron) en su nombre (denota: autoridad, carácter) al ver (ser espectadores, discernir) las señales (milagros, indicación ceremonial o sobrenatural) que hacía. En cambio Jesús (Jesús mismo) no les creía (no tenía fe, no confiaba en ellos) porque los conocía a todos; (y porque) no necesitaba (requería, demandaba) que nadie le informara nada (le diera testimonio, fuera testigo) acerca de los demás (otro ser humano), pues él conocía el interior del ser humano (pues él sabía lo que había en el ser humano).

Jesús continúa en Jerusalén durante todas las festividades y vemos que realiza varios milagros, que llevan a varias personas a creer y confiar en él. Jesús mismo, sin embargo, no era confiado ni se dejaba llevar por la gente ni el ‘que dirán’, ya que siendo Dios, conocía perfectamente las intenciones que cada persona tenía. Esto muestra también a un Jesús que sabía muy bien quien era y que no necesitaba que otros le hicieran lobby para hacer lo que vino a hacer: traer libertad y salvación.