martes, 20 de mayo de 2014

Juan 3:22-36 – Juan reconoce que se trata de Jesús y no de nosotros

Después de haber hablado con Nicodemo, Jesús y sus discípulos se trasladan a la región de Judea.
Después de esto Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea. Allí pasó algún tiempo con ellos, y bautizaba (sumergir, inmersión).
Vemos aquí, que también Jesús comienza a bautizar a otros. El bautismo en agua consistía en la inmersión total de una persona en un rio o lago. Con ello se realizaba el rito de purificación de los judíos y se entraba a ser parte de los discípulos de alguien. La iglesia primitiva continua con este rito, agregándole dos componentes más: el simbolismo que al ser sumergidos estamos identificándonos con la muerte y resurrección de Cristo, y que entramos a ser parte del cuerpo de Cristo, su eclesia.
También Juan (el Bautista) estaba bautizando en Enón (lugar de fuentes), cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Así que la gente (ellos) iba para ser bautizada. (Esto sucedió antes de que encarcelaran a Juan).
Juan el Bautista, pariente de Jesús, también se encontraba bautizando en esta región, ya que existían suficientes fuentes de agua para ello. Las personas, que ya habían escuchado el mensaje de arrepentimiento de Juan y posiblemente también conocían de la fama de Jesús y de sus milagros, acudían entonces a este lugar para bautizarse.
El autor menciona también que todo esto sucedió antes de que Juan fuera encarcelado. Más adelante veremos que Juan es encarcelado cuando condena el matrimonio incestuoso de Herodes.
Se entabló (generó) entonces una discusión (disputa) entre los discípulos de Juan y un judío en torno a los ritos de purificación (o: a la expiación). Aquéllos fueron a ver a Juan y le dijeron:
—Rabí (Maestro), fíjate, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, ahora está bautizando, y todos acuden (van donde) a él.
Estando allí un judío discute con los discípulos sobre quien puede ejercer el bautismo, el rito de la purificación. En su celo por Juan (o por el rito), van donde este y le avisan que Jesús está bautizando, y que ahora la gente se estaba yendo donde él. Esto se parece tanto a los celos que algunas personas cristianas muestran porque las personas alrededor en vez de acudir a “su” iglesia, acuden a otra, o a una iglesia orgánica, en donde encuentran una relación más directa con Jesús. Juan entiende que la relación directa con Jesús es más importante que su propia fama y les responde:…
(Respondió Juan y dijo:…) —Nadie puede (No puede un ser humano) recibir (tomar) nada a menos que Dios se lo conceda (le sea dado del cielo) —les respondió Juan—.  
Juan les deja claro que lo que Jesús tiene, solo lo tiene porque Dios mismo se lo ha dado, y que por ende su autoridad para efectuar este rito es válida.
Ustedes me son testigos de que dije: “(Porque) Yo no soy el Cristo (ungido; Mesías), sino que he sido enviado (puesto aparte) delante (en frente) de él.” El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Ésa es la alegría que me inunda (llena). A él le toca crecer (Es necesario que el crezca), y a mí menguar (pero yo mengue, decrezca).
Juan continúa recordándoles lo que ya había dicho antes sobre Jesús, que él (Juan) no es el Mesías, sino Jesús. Posiblemente la gente ya estaba empezando a entronar a Juan, no entendiendo el mensaje que él había dado antes sobre Jesús. Juan usa otra imagen para hablar sobre Jesús, la del novio; y explica que Jesús es el novio, y que la novia (su eclesia) le pertenece. Juan solo es el amigo del novio, y él se alegra por ello. Juan entiende mejor que los judíos que le celaban, que la fama de Jesús tenía que crecer y la de él tenía que reducirse. El entendía que no se trataba de él, sino de Jesús.
Hoy en día, tristemente, hay muchos líderes en las iglesias que no han comprendido que no se trata de ellos y sus ministerios, sino de Cristo y únicamente de él. Son fáciles de reconocer con solo escuchar a sus seguidores: ¿De qué hablan principalmente, de su líder y su ministerio, o de lo que Jesús está haciendo en sus vidas? Como líderes estamos siempre en el riesgo contante de quitarle la gloria a Jesús. Por eso, debemos tener una relación sólida con él y debemos evaluarnos y humillarnos diariamente en todas aquellas actitudes, conversaciones y pensamientos con los cuales estemos atrayendo la atención hacia nosotros, en vez de hacia Jesús.
»El que viene de arriba está por encima de todos (sobre todos); el que es de la tierra, es terrenal y de lo terrenal habla. El que viene del cielo está por encima de todos (El que es del cielo está por encima de todos) (y) da testimonio (es testigo) de lo que ha visto y oído, pero nadie (ninguno/a) recibe (toma) su testimonio (evidencia dada).
Juan (posiblemente el apóstol) continua explicando que Jesús viene del cielo, de Dios y que viene hablando de las cosas de Dios, pero que aunque ha dado evidencia de ello, nadie le cree. Jesús había no solo mostrado su autoridad por lo que decía, sino también por lo que hacía, y sin embargo, había muchos religiosos que no le creían.
El que lo recibe (toma su evidencia dada) certifica (sella, atestigua) que Dios es veraz.
Sin embargo, los que si aceptaron la evidencia dada y la tomaron, demostraron con ello que no solo Dios está diciendo la verdad, sino que él es real.
El enviado de Dios (Al que Dios ha puesto aparte) comunica el mensaje divino (las palabras de Dios habla), pues Dios mismo le da su Espíritu sin restricción (y no por medida da el Espíritu).
Juan declara acá que uno es el mensajero, y otro el hijo. Juan el Bautista es el mensajero, y da ese mensaje por medio del Espíritu Santo, que le ha sido dado sin restricción ni medida. Esto también es válido para nosotros cuando Dios nos da de su Espíritu.
El Padre ama (gr. ágape – amor incondicional) al Hijo, y ha puesto (le ha dado) todo en sus manos.
Además del mensajero está el Hijo (Jesus), el cual por el amor incondicional del Padre (Dios), es heredero y dueño de todo.
El que cree (tiene fe) en el Hijo tiene vida eterna (perpetua); pero el que rechaza (no tiene fe, no cree) al Hijo no sabrá lo que es esa vida (no verá la vida), sino que permanecerá bajo el castigo de Dios (la ira de Dios está sobre el).
Juan resume una vez más que solo quien tenga fe en el Hijo tendrá la vida eterna, pero que todos aquellos que no tienen fe en el Hijo, no sabrán lo que es la vida eterna, sino que permanecerán bajo la condenación y la culpa por la ira de Dios.
Dios quiere que todos nosotros tengamos la vida eterna, pero cuando no le reconocemos y creemos en él personalmente (OJO: no en instituciones o personas que le representan, sino en él directamente), entonces permanecemos en la oscuridad, bajo la condenación y la ira de Dios que sentimos por no conocer a Dios realmente.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Juan 3:1-21 – Jesús, Nicodemo y el amor del Padre

Estando Jesús en Jerusalén, recibe una visita muy importante, la de uno de los dirigentes judíos, el fariseo Nicodemo.

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue (vino) de noche a visitar a (donde) Jesús, (y le dijo:…).

¿Por qué un personaje tan importante va de noche a ver a Jesús? Después de la echada de los negociantes del templo, probablemente la popularidad de Jesús entre los religiosos fariseos no era la mejor y estos no hubieran visto con buenos ojos que alguien de la categoría de Nicodemo fuera a ver a Jesús sencillamente para hablar. Como veremos adelante por las preguntas de Nicodemo, podemos deducir que Nicodemo debió haber quedado muy intrigado con el suceso del templo, por lo cual decide visitar a Jesús, no para volver al tema del templo, sino para conocer más profundamente a este Jesús, que venía haciendo milagros y actuando de una manera muy distinta a lo que otros religiosos hacían. Lo que Nicodemo le dice, muestra que este tenía bien claro que Jesús no era un personaje regular. Es muy posible que Juan (y de pronto también el resto de los discípulos) hayan estado presentes en esta conversación.

—Rabí (Mi maestro – título de honor) —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría (sería capaz de) hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él (en medio de él; unido a él).

Nicodemo comienza usando un título honorifico para hablarle a Jesús, reconociendo así la autoridad de Jesús, y remarca su comentario demostrando que debido a los milagros que Jesús hace, él debe tener el aval de Dios y por lo tanto viene con una misión de parte de él. Interesante es también que el término usado para estar con Dios no es el mismo término que conocemos de antes de acompañar a alguien, sino que se usa un término que significa que el acompañante esta en medio, unido a la persona que acompaña. Con ello Nicodemo expresa que la relación de Jesús con Dios es la de una unidad y no solo la de un acompañante. Tener ese tipo de relación, de unión con Dios, es lo que realmente nos habilita para hacer la diferencia.

(Le respondió Jesús y le dijo:…) —De veras (Lit. Amen, amen te digo…) te aseguro que (a menos que; si no) quien (alguien) no nazca (es procreado; regenerado) de nuevo (de lo alto) no puede (ser capaz de) ver (conocer) el reino (reinado) de Dios —dijo Jesús.

Es interesante que la respuesta de Jesús no parezca tener ninguna relación con la afirmación de Nicodemo. Jesús conocía el corazón de Nicodemo y la esperanza de todos los judíos de un mesías, un nuevo reino y la libertad del pecado, y va con su respuesta directo al grano de lo que Nicodemo realmente necesitaba escuchar: que solamente al ser hechos, ser creados completamente nuevos podrían tener aquello que anhelaban.

(Y le respondió Nicodemo:…) —¿Cómo puede (¿De qué manera es capaz un ser humano…?) uno nacer (ser procreado; regenerado) [de nuevo - esta parte no está en el original] siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede (es posible) entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer (Lit. …y ser procreado; regenerado)?

La respuesta de Jesús deja a Nicodemo completamente intrigado y confundido, ya que el parte de su pensamiento racional para tratar de entender lo que Jesús dice, cuando este está hablando de un nacimiento espiritual y no natural. Es interesante que Nicodemo, a pesar de ser un fariseo y conocer las Escrituras, no logra entender que Jesús está hablando desde la perspectiva espiritual y no la natural.

(Respondió Jesús:…) —Yo te aseguro (amen, amen te digo…) que quien no nazca de agua (a menos que una persona sea procreada (regenerada) del (denota origen) agua…) y del Espíritu (Gr. pneuma: corriente de aire), no puede (tener la habilidad o posibilidad de) entrar en el reino (realeza, reinado) de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace (es procreado) del cuerpo (de la carne) es cuerpo (carne); lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen (Es necesario) que nacer (ser procreado) de nuevo (de arriba).” El viento (Gr. pneuma: la misma palabra usada para el Espíritu Santo) sopla por donde quiere, y lo oyes silbar (y oyes su sonido, su tono), aunque ignoras (pero no ves) de dónde viene (cuál es su origen) y a dónde va (a qué lugar se dirige). Lo mismo pasa (Así es…) con todo el que nace (es procreado) del Espíritu.

La respuesta de Jesús sigue dentro del ámbito espiritual, cuando explica que para ser nacido de nuevo espiritualmente, hay que ser nacido del agua y del Espíritu, y que ello es el requisito para entrar al reino de Dios o ver la realeza de Dios. Jesús está hablando acá de lo que hoy en día se conoce en algunas iglesias como los dos bautismos: el bautismo en agua, que ya lo explicamos antes, y el bautismo en el Espíritu Santo. Jesús pasa por un momento a lo natural al decir que lo que nace de la carne es carne, una analogía que Pablo explica más afondo después en su carta a los Romanos en los capítulos 5 al 8, en donde habla de la lucha de nuestra carne (nuestros deseos naturales) contra la ley del Espíritu. Jesús sigue explicando acá, que lo que nace del Espíritu es diferente, y lo conecta con lo que había dicho al principio de la necesidad de ser procreados de nuevo, por Dios. Después compara al Espíritu con el viento usando el significado original de Espíritu, al hablar de que el que nace del Espíritu es como el viento, del cual no se ve dónde se origina, ni hacia dónde se dirige, dejando claro, que al nacer de nuevo dejamos de pertenecernos a nosotros mismos y nuestros planes, y empezamos a pertenecerle a Dios y a dejarnos guiar por sus planes.

Nicodemo replicó (y le dijo):

—¿Cómo es posible que esto suceda (sea)?

(Respondió Jesús y le dijo:…) —Tú eres (el, un) maestro de Israel, ¿y no entiendes (conoces) estas cosas? —respondió Jesús—.

Acá vemos de nuevo que a pesar de que Nicodemo conoce las escrituras y es un maestro en su pueblo, desconoce o no entiende de lo que Jesús está hablando. Jesús le sigue entonces aclarando más…

Te digo con seguridad y verdad (Amen, amen te digo…) que hablamos de lo que sabemos (vemos) y damos testimonio (Gr. martureo – ser testigos) (y testificamos sobre la evidencia dada) de lo que hemos visto (experimentado) [personalmente – esta palabra no se encuentra en el original], pero ustedes no aceptan (no lo reciben, toman) nuestro testimonio. Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen (no tienen fe), ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (ser humano).

Jesús pasa a decirle a Nicodemo que ellos (Posiblemente Jesús y sus discípulos) les han estado hablando de aquello de lo cual ya tienen evidencia y de lo cual son testigos, pero que Nicodemo y los demás fariseos y religiosos no aceptan lo que les han estado diciendo. Jesús está aterrado de que los religiosos no entiendan ni acepten las cosas simples y terrenales que él les está diciendo, y que aun así no quieran creer. Según el, ni siquiera serían capaces de creer en las celestiales, si él se las contara, pues solo una persona ascendió y descendió del cielo, el Hijo del hombre. Recordemos acá el comienzo de Juan: el Hijo del hombre es Dios hecho humano. Jesús habla también acá de manera profética, al mencionar su ascensión, la cual ocurre después de su muerte y resurrección.

»(Y así…) Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también (en esa forma) tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna perpetua. [Algunas versiones agregan: “…no se pierda…”, pero esto no hace parte de los manuscritos originales].

Jesús (o Juan – algunos eruditos consideran que esta parte ya no hace parte de la conversación de Jesús, sino de lo que Juan aprendió de Jesús sobre esa conversación; la explicación de la misma) continúa profetizando sobre lo que sucederá: así como Moisés levanto la serpiente en el desierto, para que los que habían sido picados por las serpientes se salvaran, así el mismo tenía que ser levantado y crucificado para que pudiéramos tener acceso a la vida eterna.

»Porque tanto (Por esta razón y manera…) amó (Gr. agapao: al amor incondicional) Dios al mundo (Gr. kosmos), que dio (entregar) a su Hijo unigénito (único nacido), para que todo el que cree en él no se pierda (no sea destruido completamente), sino que tenga (posea) vida eterna (perpetua). Dios no envió (puso aparte) a su Hijo al mundo (Gr. kosmos) para condenar (juzgar, castigar, diferenciar, decidir) al mundo (Gr. kosmos), sino para salvarlo (para liberar, proteger al cosmos) por medio (a través) de él.

Originalmente estábamos condenados, pero por el hecho de que Dios nos amó con un amor incondicional, por esa razón, entrego al único hijo que tenía, para que no fuéramos destruidos completamente, sino que pudiéramos tener esa vida eterna de la que hablo antes. También aclara que la misión de Jesús en la tierra no fue para venir a condenar o castigar o juzgar, o discriminar, sino claramente para salvar, liberar y proteger a su creación por medio de Jesús mismo. De la misma manera Jesús nos llama a no juzgar o condenar, sino a presentarlo a él para salvación y liberación.

El que cree en él no es condenado (castigado, juzgado), pero el que no cree ya (incluso ahora) está condenado (juzgado, castigado) por no haber creído en el nombre (denota carácter y autoridad) del Hijo unigénito de Dios.

Ahora, quienes creen en Jesús, en su naturaleza y carácter, en su autoridad como el Hijo de Dios, no son condenados, pero quienes no lo hacen, se han condenado a sí mismos al negar con ello la existencia del único Hijo de Dios.

Ésta es la causa de la condenación (la decisión del tribunal): que la luz (brillar, hacer manifiesto) vino al mundo (cosmos), pero la humanidad prefirió (amo incondicionalmente mas) las tinieblas a (que) la luz, porque sus hechos eran perversos (por causa de sus malas, hirientes obras).

Esa condenación funciona de la siguiente manera: la luz (Cristo) vino a su creación, pero esa creación amaba más las tinieblas que la luz, por su perversidad, ya que la luz manifiesta lo oculto y perverso. El ser humano no quiso asumir la responsabilidad y reconocer su maldad, sino que prefirió mantenerlo en secreto, y por eso rechaza la luz.

Pues todo el que hace (practica una y otra vez, ejecuta) lo malo (torcido, podrido) aborrece (odia, detesta) la luz, y no se acerca a ella temor a (Lit. ni viene a la luz para) que sus obras queden al descubierto (sean reprobadas, reciban un llamado de atención). En cambio, el que practica (hace) la verdad se acerca (viene) a la luz, para que se vea claramente que ha hecho (para que sean aparentes) sus obras en obediencia a Dios (porque en Dios han estado involucradas).

Toda persona que practica la maldad, lo torcido obviamente detesta que esto salga a la luz, ya que ello implica mostrarse tal y como uno es; y por ese mismo temor no se acercan a la luz, a Cristo, para que esa maldad sea confrontada. Esa confrontación en realidad es necesaria para que cambiemos. Mientras seguimos de manera testaruda haciendo lo que es malo y pensando que mientras no sea visto todo estará bien, nos engañamos y no estamos asumiendo la responsabilidad. Así tampoco podemos cambiar. Pero, las personas que practican lo que es verdadero y correcto, buscan esa luz, para que así se vea claramente que están obedeciendo a Dios y su ejemplo sirva de testimonio que están metidos con Dios. Al acercarse a la luz, a Cristo, ven sus fallas y corrigen el curso, permitiendo que la luz de Cristo se haga más y más evidente en sus vidas. Y eso es lo que deberíamos buscar.