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miércoles, 7 de mayo de 2014

Juan 3:1-21 – Jesús, Nicodemo y el amor del Padre

Estando Jesús en Jerusalén, recibe una visita muy importante, la de uno de los dirigentes judíos, el fariseo Nicodemo.

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue (vino) de noche a visitar a (donde) Jesús, (y le dijo:…).

¿Por qué un personaje tan importante va de noche a ver a Jesús? Después de la echada de los negociantes del templo, probablemente la popularidad de Jesús entre los religiosos fariseos no era la mejor y estos no hubieran visto con buenos ojos que alguien de la categoría de Nicodemo fuera a ver a Jesús sencillamente para hablar. Como veremos adelante por las preguntas de Nicodemo, podemos deducir que Nicodemo debió haber quedado muy intrigado con el suceso del templo, por lo cual decide visitar a Jesús, no para volver al tema del templo, sino para conocer más profundamente a este Jesús, que venía haciendo milagros y actuando de una manera muy distinta a lo que otros religiosos hacían. Lo que Nicodemo le dice, muestra que este tenía bien claro que Jesús no era un personaje regular. Es muy posible que Juan (y de pronto también el resto de los discípulos) hayan estado presentes en esta conversación.

—Rabí (Mi maestro – título de honor) —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría (sería capaz de) hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él (en medio de él; unido a él).

Nicodemo comienza usando un título honorifico para hablarle a Jesús, reconociendo así la autoridad de Jesús, y remarca su comentario demostrando que debido a los milagros que Jesús hace, él debe tener el aval de Dios y por lo tanto viene con una misión de parte de él. Interesante es también que el término usado para estar con Dios no es el mismo término que conocemos de antes de acompañar a alguien, sino que se usa un término que significa que el acompañante esta en medio, unido a la persona que acompaña. Con ello Nicodemo expresa que la relación de Jesús con Dios es la de una unidad y no solo la de un acompañante. Tener ese tipo de relación, de unión con Dios, es lo que realmente nos habilita para hacer la diferencia.

(Le respondió Jesús y le dijo:…) —De veras (Lit. Amen, amen te digo…) te aseguro que (a menos que; si no) quien (alguien) no nazca (es procreado; regenerado) de nuevo (de lo alto) no puede (ser capaz de) ver (conocer) el reino (reinado) de Dios —dijo Jesús.

Es interesante que la respuesta de Jesús no parezca tener ninguna relación con la afirmación de Nicodemo. Jesús conocía el corazón de Nicodemo y la esperanza de todos los judíos de un mesías, un nuevo reino y la libertad del pecado, y va con su respuesta directo al grano de lo que Nicodemo realmente necesitaba escuchar: que solamente al ser hechos, ser creados completamente nuevos podrían tener aquello que anhelaban.

(Y le respondió Nicodemo:…) —¿Cómo puede (¿De qué manera es capaz un ser humano…?) uno nacer (ser procreado; regenerado) [de nuevo - esta parte no está en el original] siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede (es posible) entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer (Lit. …y ser procreado; regenerado)?

La respuesta de Jesús deja a Nicodemo completamente intrigado y confundido, ya que el parte de su pensamiento racional para tratar de entender lo que Jesús dice, cuando este está hablando de un nacimiento espiritual y no natural. Es interesante que Nicodemo, a pesar de ser un fariseo y conocer las Escrituras, no logra entender que Jesús está hablando desde la perspectiva espiritual y no la natural.

(Respondió Jesús:…) —Yo te aseguro (amen, amen te digo…) que quien no nazca de agua (a menos que una persona sea procreada (regenerada) del (denota origen) agua…) y del Espíritu (Gr. pneuma: corriente de aire), no puede (tener la habilidad o posibilidad de) entrar en el reino (realeza, reinado) de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace (es procreado) del cuerpo (de la carne) es cuerpo (carne); lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen (Es necesario) que nacer (ser procreado) de nuevo (de arriba).” El viento (Gr. pneuma: la misma palabra usada para el Espíritu Santo) sopla por donde quiere, y lo oyes silbar (y oyes su sonido, su tono), aunque ignoras (pero no ves) de dónde viene (cuál es su origen) y a dónde va (a qué lugar se dirige). Lo mismo pasa (Así es…) con todo el que nace (es procreado) del Espíritu.

La respuesta de Jesús sigue dentro del ámbito espiritual, cuando explica que para ser nacido de nuevo espiritualmente, hay que ser nacido del agua y del Espíritu, y que ello es el requisito para entrar al reino de Dios o ver la realeza de Dios. Jesús está hablando acá de lo que hoy en día se conoce en algunas iglesias como los dos bautismos: el bautismo en agua, que ya lo explicamos antes, y el bautismo en el Espíritu Santo. Jesús pasa por un momento a lo natural al decir que lo que nace de la carne es carne, una analogía que Pablo explica más afondo después en su carta a los Romanos en los capítulos 5 al 8, en donde habla de la lucha de nuestra carne (nuestros deseos naturales) contra la ley del Espíritu. Jesús sigue explicando acá, que lo que nace del Espíritu es diferente, y lo conecta con lo que había dicho al principio de la necesidad de ser procreados de nuevo, por Dios. Después compara al Espíritu con el viento usando el significado original de Espíritu, al hablar de que el que nace del Espíritu es como el viento, del cual no se ve dónde se origina, ni hacia dónde se dirige, dejando claro, que al nacer de nuevo dejamos de pertenecernos a nosotros mismos y nuestros planes, y empezamos a pertenecerle a Dios y a dejarnos guiar por sus planes.

Nicodemo replicó (y le dijo):

—¿Cómo es posible que esto suceda (sea)?

(Respondió Jesús y le dijo:…) —Tú eres (el, un) maestro de Israel, ¿y no entiendes (conoces) estas cosas? —respondió Jesús—.

Acá vemos de nuevo que a pesar de que Nicodemo conoce las escrituras y es un maestro en su pueblo, desconoce o no entiende de lo que Jesús está hablando. Jesús le sigue entonces aclarando más…

Te digo con seguridad y verdad (Amen, amen te digo…) que hablamos de lo que sabemos (vemos) y damos testimonio (Gr. martureo – ser testigos) (y testificamos sobre la evidencia dada) de lo que hemos visto (experimentado) [personalmente – esta palabra no se encuentra en el original], pero ustedes no aceptan (no lo reciben, toman) nuestro testimonio. Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen (no tienen fe), ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (ser humano).

Jesús pasa a decirle a Nicodemo que ellos (Posiblemente Jesús y sus discípulos) les han estado hablando de aquello de lo cual ya tienen evidencia y de lo cual son testigos, pero que Nicodemo y los demás fariseos y religiosos no aceptan lo que les han estado diciendo. Jesús está aterrado de que los religiosos no entiendan ni acepten las cosas simples y terrenales que él les está diciendo, y que aun así no quieran creer. Según el, ni siquiera serían capaces de creer en las celestiales, si él se las contara, pues solo una persona ascendió y descendió del cielo, el Hijo del hombre. Recordemos acá el comienzo de Juan: el Hijo del hombre es Dios hecho humano. Jesús habla también acá de manera profética, al mencionar su ascensión, la cual ocurre después de su muerte y resurrección.

»(Y así…) Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también (en esa forma) tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna perpetua. [Algunas versiones agregan: “…no se pierda…”, pero esto no hace parte de los manuscritos originales].

Jesús (o Juan – algunos eruditos consideran que esta parte ya no hace parte de la conversación de Jesús, sino de lo que Juan aprendió de Jesús sobre esa conversación; la explicación de la misma) continúa profetizando sobre lo que sucederá: así como Moisés levanto la serpiente en el desierto, para que los que habían sido picados por las serpientes se salvaran, así el mismo tenía que ser levantado y crucificado para que pudiéramos tener acceso a la vida eterna.

»Porque tanto (Por esta razón y manera…) amó (Gr. agapao: al amor incondicional) Dios al mundo (Gr. kosmos), que dio (entregar) a su Hijo unigénito (único nacido), para que todo el que cree en él no se pierda (no sea destruido completamente), sino que tenga (posea) vida eterna (perpetua). Dios no envió (puso aparte) a su Hijo al mundo (Gr. kosmos) para condenar (juzgar, castigar, diferenciar, decidir) al mundo (Gr. kosmos), sino para salvarlo (para liberar, proteger al cosmos) por medio (a través) de él.

Originalmente estábamos condenados, pero por el hecho de que Dios nos amó con un amor incondicional, por esa razón, entrego al único hijo que tenía, para que no fuéramos destruidos completamente, sino que pudiéramos tener esa vida eterna de la que hablo antes. También aclara que la misión de Jesús en la tierra no fue para venir a condenar o castigar o juzgar, o discriminar, sino claramente para salvar, liberar y proteger a su creación por medio de Jesús mismo. De la misma manera Jesús nos llama a no juzgar o condenar, sino a presentarlo a él para salvación y liberación.

El que cree en él no es condenado (castigado, juzgado), pero el que no cree ya (incluso ahora) está condenado (juzgado, castigado) por no haber creído en el nombre (denota carácter y autoridad) del Hijo unigénito de Dios.

Ahora, quienes creen en Jesús, en su naturaleza y carácter, en su autoridad como el Hijo de Dios, no son condenados, pero quienes no lo hacen, se han condenado a sí mismos al negar con ello la existencia del único Hijo de Dios.

Ésta es la causa de la condenación (la decisión del tribunal): que la luz (brillar, hacer manifiesto) vino al mundo (cosmos), pero la humanidad prefirió (amo incondicionalmente mas) las tinieblas a (que) la luz, porque sus hechos eran perversos (por causa de sus malas, hirientes obras).

Esa condenación funciona de la siguiente manera: la luz (Cristo) vino a su creación, pero esa creación amaba más las tinieblas que la luz, por su perversidad, ya que la luz manifiesta lo oculto y perverso. El ser humano no quiso asumir la responsabilidad y reconocer su maldad, sino que prefirió mantenerlo en secreto, y por eso rechaza la luz.

Pues todo el que hace (practica una y otra vez, ejecuta) lo malo (torcido, podrido) aborrece (odia, detesta) la luz, y no se acerca a ella temor a (Lit. ni viene a la luz para) que sus obras queden al descubierto (sean reprobadas, reciban un llamado de atención). En cambio, el que practica (hace) la verdad se acerca (viene) a la luz, para que se vea claramente que ha hecho (para que sean aparentes) sus obras en obediencia a Dios (porque en Dios han estado involucradas).

Toda persona que practica la maldad, lo torcido obviamente detesta que esto salga a la luz, ya que ello implica mostrarse tal y como uno es; y por ese mismo temor no se acercan a la luz, a Cristo, para que esa maldad sea confrontada. Esa confrontación en realidad es necesaria para que cambiemos. Mientras seguimos de manera testaruda haciendo lo que es malo y pensando que mientras no sea visto todo estará bien, nos engañamos y no estamos asumiendo la responsabilidad. Así tampoco podemos cambiar. Pero, las personas que practican lo que es verdadero y correcto, buscan esa luz, para que así se vea claramente que están obedeciendo a Dios y su ejemplo sirva de testimonio que están metidos con Dios. Al acercarse a la luz, a Cristo, ven sus fallas y corrigen el curso, permitiendo que la luz de Cristo se haga más y más evidente en sus vidas. Y eso es lo que deberíamos buscar.