Cuando se aproximaba (Y estaba cerca) la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo (un lugar sagrado; todo el precinto) halló a los que vendían (negociar con) bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero (y a los que negocian con monedas sentados).
Según
vemos acá, el plan de Jesús y su familia probablemente era asistir al
peregrinaje anual que las familias hacían para ir a Jerusalén, con el fin de ir
al templo a celebrar la fiesta de la Pascua. La festividad de la Pascua
(Hebreo: pasar, saltar de un lado a otro) fue instituida por Dios en el Antiguo
Testamento. Era una de las principales celebraciones judías, que recordaba la
noche en que el ángel de Dios pasa por las casas de Egipto e inicia la liberación de Israel de la esclavitud. Todavía se celebra
casi de la misma manera en que se hacía hace siglos: con un banquete en la cual
se come pan sin levadura y se sacrifica un cordero como símbolo de la expiación
de nuestros pecados. (Éxodo 12;
Deuteronomio 16:1:1-8). Con la pascua comienza el año judío. Jesús
instituye después en su última Pascua, durante la misma noche en que se
recuerda la salida de Egipto, la Santa Cena o Última Cena, con la cual traslada
el simbolismo de la Pascua judía a su propia persona y declara que él es el Cordero
que se sacrifica por los pecados de la humanidad. Esta misma cena se convierte
tanto en la culminación del Antiguo Pacto, como en el comienzo de un Nuevo Pacto,
por lo cual Jesús le ordena a los discípulos continuar con la tradición para
recordarle que regrese y pre-celebrar las bodas del Cordero.
Al
llegar Jesús a Jerusalén, vemos que se dirige primeramente al templo y cuando
llega observa que todo el recinto del templo estaba lleno de negociantes que
vendían los animales establecidos para el sacrificio y también aquellos que
negociaban cambiando las cosas que traían los peregrinos por monedas con las
cuales pudieran comprar los sacrificios. La ley judía establecía que
dependiendo del tipo de pecado por el cual se quería hacer expiación, así como
de los recursos financieros de cada uno, se debía sacrificar un animal
diferente. Pero estos animales tenían que ser perfectos y contar con ciertas
condiciones especiales. Originalmente cada familia traía sus propios animales
para el sacrificio y el sacerdote oficiaba el mismo. Pero los religiosos de la
época de Jesús vieron en esta práctica la oportunidad de hacer dinero, por lo
cual le prohibieron a la gente traer sus propios animales y les obligaron a
comprarlos en el templo. Quienes no tenían animales y necesitaban uno, debían
cambiar alguna otra posesión por monedas, para con ellas comprar los animales
deseados. Como vemos, esta práctica indigno muchísimo a Jesús.
Entonces, haciendo un látigo de cuerdas (cuerdas cortas/pequeñas), echó (expulsar) a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero (negociantes de monedas) y derribó sus mesas. A los que vendían (negociaban con) las palomas les dijo:
—¡Saquen esto (estas cosas) de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa (hogar, habitación) de mi Padre en un mercado (gr. emporion – mercadería, emporio)? (No conviertan la casa de mi Padre en una habitación de mercadería).
Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo (la pasión) por tu casa (habitación, hogar) me consumirá.» (Salmo 69:9).
Tristemente
la práctica de hacer negocio con la fe siguió usándose no solo en la tradición
judía de aquella época, sino especialmente en la iglesia cristiana a lo largo
de los años e incluso hoy en día: la iglesia católica la tuvo durante la edad
media para financiarse a través de las indulgencias y la venta de reliquias, la
iglesia protestante las retomo después a través de la institución de un sistema
de ofrendas que no tiene sustento bíblico, y hoy en día sigue haciéndose
negocio con ello, no solo con la venta de objetos de culto, sino a través de la
teología de la prosperidad, a través de la cual incluso se condiciona la
sanidad, la prosperidad y otras bendiciones al hecho que uno haya dado su
ofrenda a la iglesia; en términos de ellos “a Dios”. Personalmente creo que
Jesús esta hoy igual de indignado con la actitud de los religiosos que
practican esto, al igual que lo estaba en su época al ver lo que pasaba en el
templo.
Tal es
la indignación de Jesús, que se hace un látigo con el cual echa fuera a todos
los negociantes que están en el templo, reclamándoles que han hecho de la casa
de su Padre un centro de negocios. Jesús busca enfocar de nuevo a la gente en
el objetivo del templo: el hecho de que Dios habita allí, y que la razón
principal del mismo, es que la gente pueda ir a encontrarse con Dios, no a
lidiar con negociantes y cumplir unos ritos que esclavizaban a la gente y
hacían ricos a quienes se aprovechaban de ellos.
Otra razón
por la cual Jesús vuelve el foco de la gente hacia Dios Padre, es el
recordarles de donde ha venido la existencia del templo y lo que realmente
debía representar. Cuando vamos atrás en la historia, vemos que inicialmente,
en la creación, el ser humano y Dios se paseaban juntos, conversando cara a
cara. Después, con el pecado del ser humano, esa relación directa se rompe, al
romperse la confianza entre los dos. Dios podía haber desechado a su creación y
dejar al hombre solo, pero no lo hace; Dios decide seguir amándolo y busca
restaurar esa relación con él. A lo largo del Antiguo Testamento vemos entonces
ejemplos de personas que tienen esos encuentros y conversaciones personales con
Dios: Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés. Todos ellos tuvieron encuentros
personales con Dios y conversaciones que les guiaron en la vida, y ninguno de
ellos jamás asistió a la iglesia o a un templo. Con Moisés, la historia empieza
a tomar otro rumbo. Mientras que hasta acá los encuentros habían sido
principalmente a unas pocas personas, a partir de Moisés Dios se comienza a
mostrar a su pueblo entero a través de milagros y señales sobrenaturales. Esto
lo hace inicialmente para demostrarles que les puede sacar de Egipto y guiarles
a la tierra prometida que todos sus antepasados habían anhelado. Pero Dios
desea ir más allá: cuando llegan a un lugar del desierto en el cual se
encuentra el monte Sinaí, Dios le anuncia a Moisés que se quiere revelar
directamente a su pueblo y hablarles directamente a cada uno de ellos. Tristemente
la reacción del pueblo es de miedo y en vez de aprovechar la oportunidad de una
relación directa con Dios, deciden que sea Moisés el único que hable por ellos
(muy parecido a lo que tenemos hoy con los pastores y líderes de las iglesias).
Los resultados los vemos unos capítulos después: idolatría, desobediencia, etc.
Sin embargo, Dios no se da por vencido y le da a Moisés el diseño del precursor
del templo: el tabernáculo. Dios le muestra con ello al pueblo que quiere
habitar en medio de ellos y con ellos. El tabernáculo no era un lugar de
reunión como tal, sino un lugar para sacrificios, en los cuales se iba
anunciando el sacrificio futuro de Jesús. El pueblo sabía que Dios estaba allí,
cuando veían el fuego o la nube sobre la carpa del mismo.
Tiempo después,
cuando el pueblo de Israel ya es una nación establecida, basada en una
teocracia que funcionaba relativamente bien; el pueblo, después de ver que las
otras naciones alrededor tenían sus reyes y príncipes, decide que tener a Dios
como jefe de la nación no es suficiente y le pide al profeta Samuel que
establezca un rey. Samuel, quien tenía una relación directa con Dios, entiende
que esto es un error y trata de convencer al pueblo de que están cometiendo un
grave error. Dios, a pesar de todo, permite al pueblo tener lo que desean, no
sin antes advertirles de las consecuencias. Hasta acá, vemos que la gente había
rechazado a Dios en varias formas: lo saco primero de su intimidad y relación
personal, después lo saco de su fe y por ultimo termina sacándolo de su
cotidianidad. Afortunadamente Dios se encarga de establecer un rey con el cual
tiene una fuerte relación: David. David entiende bien lo que Dios realmente
quiere y busca restablecer el tabernáculo que había sido prácticamente
olvidado; busca restablecer la relación de Dios con su pueblo. El recupera el
tabernáculo y lo deja en un lugar al que todo el mundo puede acceder.
Interesantemente esta viene a ser la única época en que todo el mundo puede
acceder al tabernáculo mismo a buscar a Dios y tener una relación con él. Por
eso es retomado en el Nuevo Testamento como ejemplo del acceso directo que
tenemos con Dios. David desea que la presencia de Dios sea más consiente en su
pueblo y decide construir un templo para Dios, pero reconoce claramente en uno
de sus Salmos que Dios no habita en templos ni lugares construidos por
personas. Su interés principal es que las personas entiendan que Dios siempre
estaba cerca de ellos, al alcance de su corazón. El pueblo sin embargo olvido
eso, y acá tenemos a Jesús recordándoselos una vez más. La pasión que Jesús
tenía y que el salmista menciona, no era la pasión por una edificación en sí,
era la pasión por la presencia de Dios allí. Jesús anhelaba que la gente
entendiera que la prioridad en nuestras vidas no la tenían los sacrificios y
actos expiatorios, sino la presencia de Dios en nuestras vidas.
Entonces los judíos reaccionaron, (y le dijeron) preguntándole:
—¿Qué señal (ceremonial o sobrenatural) puedes mostrarnos para actuar de esta manera (para hacer lo que haces)?
—Destruyan (liberen) este templo (habitación, santuario, la parte central del templo) —respondió Jesús (y les dijo)—, y lo levantaré (despertar, levantar de un estado de sueño, muerte, oscuridad, etc.) de nuevo en tres días.
(Dijeron entonces los judíos:…) —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo (habitación), ¿y tú vas a levantarlo (despertar) en tres días?
Pero el templo (habitación) al que se refería era su propio cuerpo. Así, pues, cuando se levantó (fue levantado (despertado)) de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron (tuvieron fe, confiaron) en la Escritura y en las palabras (la palabra – logos) de Jesús.
Los
religiosos judíos obviamente reaccionan inmediatamente ante lo sucedido
cuestionando la autoridad de Jesús y reclamándole que demuestre que tiene
autoridad para hacer lo que hizo. La respuesta de Jesús es simple: él pasa de
la edificación templo a declararse él mismo el templo, y profetiza su muerte y
resurrección frente a ellos. Los judíos, que solo se enfocaban en lo importante
que era su templo, no entienden la parábola que Jesús usa para describir quien
es él y lo que va a hacer y siguen insistiendo en la edificación. Incluso los
discípulos solo caen en cuenta de ello, después de que Jesús ha resucitado de
los muertos, cumpliendo su propia profecía.
En el
Nuevo Testamento vemos que la comprensión de los discípulos al respecto también
cambia después, cuando mencionan que el templo de Dios somos cada uno de
nosotros y que Cristo habita en nosotros, lo cual siempre ha sido el objetivo
de Dios: que seamos uno con él y él con nosotros – la relación perfecta de
intimidad; el regreso a la creación original.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta (festival) de la Pascua, muchos creyeron (tuvieron fe, confiaron) en su nombre (denota: autoridad, carácter) al ver (ser espectadores, discernir) las señales (milagros, indicación ceremonial o sobrenatural) que hacía. En cambio Jesús (Jesús mismo) no les creía (no tenía fe, no confiaba en ellos) porque los conocía a todos; (y porque) no necesitaba (requería, demandaba) que nadie le informara nada (le diera testimonio, fuera testigo) acerca de los demás (otro ser humano), pues él conocía el interior del ser humano (pues él sabía lo que había en el ser humano).
Jesús
continúa en Jerusalén durante todas las festividades y vemos que realiza varios
milagros, que llevan a varias personas a creer y confiar en él. Jesús mismo,
sin embargo, no era confiado ni se dejaba llevar por la gente ni el ‘que dirán’,
ya que siendo Dios, conocía perfectamente las intenciones que cada persona
tenía. Esto muestra también a un Jesús que sabía muy bien quien era y que no
necesitaba que otros le hicieran lobby para hacer lo que vino a hacer: traer libertad y salvación.