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sábado, 14 de junio de 2014

Juan 4:1-42 – Jesús y la mujer Samaritana: el agua de vida

(Cuando…) Jesús se enteró de (supo) que los fariseos sabían (habían escuchado) que él (Jesús) estaba haciendo y bautizando más discípulos que Juan (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba sino sus discípulos).
(…entonces) Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. Como tenía que pasar (su travesía era) por Samaria, llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob.

La herencia que Jacob le dio a su hijo José.

(Y estando) Jesús, fatigado del camino (del viaje), se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía (de la hora sexta).

Jesús fue completamente Dios y completamente humano. Sentía las mismas necesidades que nosotros: cansancio, sed, hambre, etc. El mediodía era la hora más caliente del día y en ese entonces no se viajaba sino caminando, recorriendo grandes distancias a pie.

En eso llegó a sacar agua una mujer (se refiere también a esposa) de Samaria, y Jesús le dijo:

—Dame un poco de agua (Dame de tomar).

(Pues sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida (a hacer mercado)).

Posiblemente a buscar algo para almorzar.

Le respondió entonces la mujer samaritana:

—¿Cómo tú siendo judío me pides agua (de tomar), siendo yo una mujer samaritana?

(Pues los judíos no tienen asuntos en común con los samaritanos.)

Desde los tiempos de Rehabeam, el hijo de David que había causado la división entre Judá e Israel, existía cierto rechazo entre los dos pueblos. Más aun después de que los Israelitas habían sido llevados en cautiverio por los asirios, quienes repoblaron Samaria con su propia gente, la cual adoraba diversos dioses. Cuando algunos israelitas regresaron del destierro después de que Asiria fuera vencida por los babilonios, las dos culturas se mezclaron causando el rechazo de los judíos que regresaron a Judea. Sin embargo, ambos pueblos esperaban al mismo Mesías.

Le respondió Jesús y le dijo a ella: —Si supieras lo que Dios puede dar (Si vieras/conocieras el regalo gratuito de Dios), y conocieras al (y quien es el) que te está pidiendo agua (ha dicho: dame de tomar) —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida (agua viva; agua de vida).

Es interesante que Jesús no se deja llevar a un debate regional con la mujer, sino que inmediatamente la introduce en un tema relacionado con la pregunta que él mismo había hecho sobre el agua. Jesús le habla de un agua que da vida.

(Le dijo entonces la mujer:) —Señor, ni siquiera tienes (una vasija) con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo (profundo); ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida (agua viva)? ¿Acaso eres tú (A menos que seas) superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó (dio) este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?

La mujer no entiende inicialmente la respuesta de Jesús, y al no ver que él tenga un cántaro para sacar el agua, queda confundida. Pero hace una pregunta clave: ‘¿Eres mayor a quien nos dejó este pozo? ¿Puedes sacar agua de una manera diferente? Jesús logro con ello captar la atención de ella.

(Respondió Jesús y le dijo a ella) —Todo el (Cualquiera) que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el (quienquiera) que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que (el agua que yo le daré, generará/causará) dentro de él esa agua se convertirá (generará/causará) en un manantial del que brotará vida eterna.

Le dijo entonces la mujer: —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.

(Le dijo) —Ve a llamar a tu esposo (hombre), y vuelve acá —le dijo Jesús.

(Respondió la mujer y dijo) —No tengo (poseo) esposo (hombre) —respondió la mujer.

—Bien has dicho que no tienes (posees) esposo (hombre). Es cierto que has tenido cinco (Porque has tenido cinco hombres), y el que ahora tienes no es tu esposo (hombre). En esto has dicho la verdad.

La mujer nota que lo que Jesús le ofrece es completamente diferente a lo que ha conocido: un agua que no solo quita la sed, sino que hace que dentro de uno genere un manantial de agua del que brota vida eterna. Lo que Jesús le ofrece trae una transformación en nosotros, de manera que de nuestro interior sale vida eterna para dar a los demás. La mujer sigue pensando en sí misma y en cómo evitar la ardua labor de tener que venir al pozo a recoger agua. Cuando le pide entonces a Jesús de esa agua, la respuesta de él parece no tener sentido. Jesús le pide que traiga a su esposo. Esto tenía varias razones:

1.      Jesús conocía claramente la situación de infidelidad de la mujer.

2.      Jesús quería que ella entendiera que esto era para beneficiar a toda su familia y no solo a ella.

3.      Jesús estaba introduciendo la conversación en la verdadera necesidad de la mujer: su vacío de afecto y de salvación.

Le dijo la mujer: —Señor, me doy cuenta (percibo) de que tú eres profeta. Nuestros antepasados (padres) adoraron (Gr. proskuneo: lamer la mano de su dueño, un perro; postrarse) en este monte, pero ustedes dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.

Le dijo Jesús a ella: —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. (Ahora) ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene (es) de los judíos. Pero se acerca la hora, y ha llegado ya (y es ahora), en que los verdaderos adoradores (los adoradores veraces) rendirán culto (adoraran: proskuneo) al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere (a este tipo de adoradores busca) el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.

La mujer trata de cambiar el tema y vuelve otra vez al tema de las diferencias regionales, pero Jesús vuelve y encarrila el tema al retomar la palabra adoración. La adoración según este significado es un acto de humillación de adorador ante Dios, tal como cuando un perro lame la mano de su dueño. Pero Jesús va más allá: el habla de adoradores verdaderos, y de que Dios busca este tipo de adoradores, adoradores que lo hacen en espíritu y veracidad. Esto significa que existen adoradores no veraces. En el Antiguo Testamento se menciona, que hay quienes de labios adoran a Dios, pero que su corazón está lejos de él. Dios aborrece a este tipo de adorador. O estamos completamente con él, o no estamos. Dios no se agrada de adoradores tibios y a medias. Él va por el ‘todo o nada’.

—Sé que viene el Mesías (ungido), al que llaman el Cristo (ungido) —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará (anunciará) todas las cosas (absolutamente todo).

—Ése soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús. (Le dijo Jesús: Yo soy, el que habla contigo).

La mujer entonces pasa al tema del Mesías, a quién ella también espera, y declara que él será quien les explique todo, ya que todo este tema es muy complejo para ella. Jesús le deja claro que él es ese Mesías al usar una formula muy conocida por ellos en relación a Dios y su nombre: ‘Yo soy’. Este fue el nombre que Dios le dijo a Moisés que usara cuando preguntaran quién le enviaba: ‘Yo soy, el que soy’. Cuando por ende alguien en esa época usaba esta expresión, los demás sabían muy bien que se refería a Dios.

En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: «¿Qué pretendes (buscas/planeas)?» o «¿De qué hablas con ella?»

Como los discípulos llegan en ese momento de hacer las compras, la conversación se ve interrumpida. Los discípulos, conociendo ya a Jesús y como actuaba diferente al resto de la gente, no le preguntan ni le recriminan que hable con una mujer, ni le preguntan sobre el tema, aunque podemos deducir del comentario que hace Juan, que de seguro se preguntaban sobre porqué estaría hablando con una Samaritana.

La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente:

—Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que (alguna vez) he hecho. ¿No será éste el Cristo (ungido)?

Salieron del pueblo y fueron a ver a (donde) Jesús.

El impacto que la conversación con Jesús causa en la mujer es evidente. Aprovechando la llegada de los discípulos ella corre al pueblo a comentarle a todos lo que ha pasado y a expresar sus sospechas: ¿será este el Mesías que tanto esperamos? Los del pueblo quedan intrigados y salen también a ver a Jesús.

Mientras tanto, sus (los) discípulos le insistían:

—Rabí, come (algo).

—Yo tengo un alimento (para comer) que ustedes no conocen —replicó él.

«¿Le habrán traído (algo) de comer?», comentaban entre sí los discípulos.

—Mi alimento es hacer la voluntad (es cumplir con la determinación/el propósito) del que me envió y terminar (consumar/completar) su obra —les dijo Jesús—. ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la (y entonces viene la) cosecha”? (He aquí,) Yo les digo: ¡Abran los ojos (Levanten su mirada) y miren (observen bien, perciban) los campos (sembrados)! Ya la cosecha está madura (Porque blancos están para ser cosechados ya); ya el segador recibe su salario (pago) y recoge el fruto para vida eterna. Ahora (Para que) tanto el sembrador como el segador se alegran (alegren) juntos. Porque como dice (Y en esto) el refrán (es veraz): “Uno es el que siembra y otro (diferente) el que cosecha.” Yo los he enviado (envío) a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo (fatiga). Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de (entrado a ser parte de) ese trabajo.

Los discípulos, que no conocían la conversación, no comprendían lo que pasaba y estaban sorprendidos cuando Jesús les rechaza su oferta de comida. Jesús sabía que la prioridad en este momento era la vida de esta samaritana y con ello la salvación de todo un pueblo. Jesús trata de hacerles entender que deben estar atentos a las señales y no asumir que todo hay que prepararlo primero. Hay cosas que ya están listas para cosechar. En este caso, Jesús notó que esta mujer y su pueblo estaban listos para recibir el mensaje de salvación y a eso le dio su prioridad.

Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer: «Me dijo todo lo que he hecho.» Así que cuando los samaritanos fueron a su encuentro le insistieron en (interrogaron y le pidieron) que se quedara con ellos. Jesús permaneció allí dos días, y muchos más llegaron a creer (tener fe) por lo que él mismo decía.

—Ya no creemos sólo por lo que tú dijiste —le decían a la mujer—; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo (gr. kosmou).

Gracias a que Jesús supo aprovechar la situación, muchos de los samaritanos creyeron en él como Mesías, y le insistieron en permanecer con ellos un tiempo más, para que les enseñara mas sobre la salvación.