“En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los
otros.”
Juan 13:35 (RVA)
¡Cómo me
duele ver hoy en día la iglesia! ¡Cómo me duele ver el egoísmo de quienes a sí
mismos se llaman cristianos! ¡Cómo duele ver como negamos el poder de Dios y Su
amor por estar tan concentrados en nosotros mismos, en nuestra comodidad, en
‘mis milagros’, ‘mi llamado’, ‘mis derechos’, etc.!
Me aterra
ver iglesias que, aun usando la excusa de que hacen todo para Dios, para
establecer Su Reino, se concentran en ‘vender’ un evangelio de comodidades, de confort
y milagros. Mi sangre hierve cuando veo evangelistas en TV pidiéndole dinero a
la gente, para que se haga su milagrito, o cuando en iglesias se piden diezmos,
ofrendas y primicias para comprar nuevos equipos, hacer más bonito el templo,
etc., y mientras tanto dentro de la misma congregación hay personas pasando
necesidades. ¡A dónde hemos llegado! ¡Con razón ya nadie quiere ser cristiano!
Creemos
erradamente que de esas cosas se trata el cristianismo; que se trata de andar
con una Biblia bajo el brazo, diciendo que amamos a Dios, pero sin demostrarlo,
haciendo cosas para Dios, pero no con Él. Predicamos un evangelio
que ni creemos, ni vivimos. ¡Obviamente ninguna persona con algo de decencia
querrá involucrarse con nosotros!
En todo lo
que Jesús enseñó, solo una vez hablo de la señal que caracterizaría a un
verdadero cristiano: el amor que demostrara por los demás hermanos y por los de
afuera. El amor no se aísla y crea su propio club; el amor sale de la zona de
seguridad personal y se acerca a quienes más lo necesitan. Jesús anduvo la
mayoría de su tiempo con los rechazados de la sociedad y no con los religiosos;
estuvo con los pecadores, con el mundo. Separarnos del mundo no significa alejarnos
de la gente que no es cristiana, que no comparte nuestros valores. Separarnos
del mundo significa separar el mundo de nuestro ser, no de nuestras relaciones.
Mire lo
que dice la Palabra sobre lo que hacía y vivía la iglesia primitiva:
Y
todos los que creían se reunían y tenían todas las cosas en común.
Vendían
sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según tenía
necesidad. Ellos perseveraban unánimes en el templo día tras día, y
partiendo el pan casa por casa, participaban de la comida con alegría y con
sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo el favor de todo el
pueblo. Y el Señor añadía diariamente a su número los que habían de ser salvos.
Hechos 2:44
al 47
No
había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran
propietarios de terrenos o casas los vendían, traían el precio de lo vendido y
lo ponían a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según
tenía necesidad.
Entonces
José, quien por los apóstoles era llamado Bernabé (que significa hijo de
consolación) y quien era levita, natural de Chipre, como tenía un campo, lo
vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
Hechos 4:34
al 37
La iglesia
primitiva no solo se dedicó a hablar de Cristo, ¡lo demostró! Ellos entendieron
muy bien la señal que Jesús había mencionado como la señal del cristiano
verdadero y empezaron a vivir de acuerdo a ello. Y fíjese lo que sucedió: se
ganaron el favor del pueblo y a través de su testimonio muchos se agregaron al
Cuerpo de Cristo. La iglesia primitiva siempre estuvo pendiente de las
necesidades de sus miembros y ese amor entre ellos impactó tanto a la sociedad,
que muchos se convirtieron a Cristo por el solo testimonio de los primeros
cristianos.
Me impacta
que la Palabra es clara en decir que todo lo que se recogía, financieramente
hablando, era repartido entre quienes tenían necesidad en la iglesia y de
acuerdo a lo que necesitaran. ¿Cómo suena eso de diferente a la iglesia de hoy,
en donde solo se piden finanzas para sostener templos, estructuras y actividades
mientras las personas en la iglesia siguen pasando necesidades y las respuestas
de líderes y pastores se limita a decirles que van a orar por su necesidad y
que den, que Dios les devolverá. Son ladrones sin corazón, egoístas que solo
piensan en sí y sus reinos personales. No han entendido el verdadero amor de
Dios. Como dijo Jesús: ponen cargas que ni ellos mismos están dispuestos a
llevar.
El Nuevo
Testamento es claro en que el destino de las finanzas en el Reino de Dios son
primeramente las personas, no programas ni instituciones. ¡Cómo cambiaría la
iglesia y la percepción de los de afuera de la misma, si tan solo viviéramos
este principio de amor en ellas! ¡Cuantas personas no se convertirían al ver
que realmente la iglesia es un lugar de amor, que realmente vivimos lo que
predicamos!
Te reto mi querido hermano, mi querida hermana a dejar tu zona de comodidad, tu egoísmo y tus sueños y derechos personales, para tomar los de Cristo y acercarte a quienes más necesitan del amor de Cristo a través tuyo.