“Este es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas
que hay en él. Y como es Señor del cielo y de la tierra, él no habita en
templos hechos de manos, ni es
servido por manos humanas como si necesitase algo, porque él es quien da a
todos vida y aliento y todas las cosas.”
Hechos 17:24 y 25 (RVA)
“En él también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios
en el Espíritu.”
Efesios 2:22 (RVA)
El mayor
anhelo de Dios es que él pueda habitar en nosotros, en Su Cuerpo, Su Eclesia; no en templos
ni lugares hechos por arquitectos, por seres humanos. ¡Él quiere ser el centro de nuestras vidas, de nuestras reuniones, de todo nuestro ser y hacer!
Pero tristemente hoy en día vemos que en
muchos lugares cristianos Él ya no es el centro de las reuniones, ni de las vidas de líderes y creyentes. Todos los
mensajes se centran en las bendiciones externas, en actividades y reglas que
tiene que cumplir el creyente, y no en la relación con él. Eso ha formado
cristianos ‘robot’, que conocen mucho de las enseñanzas de sus líderes e
iglesias, pero nada de la relación con Cristo, y que hasta siguen esas enseñanzas con un fanatismo tal, que quién se
atreva a poner algo en duda o asuma una actitud critica basada en la Palabra,
inmediatamente es descartado o discriminado.
Personalmente
me entristece mucho esta tendencia, pues cuando veo a mi alrededor, veo y
percibo una necesidad tan grande de Dios –no solo entre los no creyentes, sino con
gran dolor aun entre los mismos creyentes. Las personas están desesperadas por
un encuentro personal con Dios, y sin embargo nuestras congregaciones se centran
más en ofrecer actividades, bendiciones y otras cosas, pero no a Cristo mismo, no una
relación íntima y personal con Dios, que es tan necesaria para vivir abundantemente. Yo no puedo
imaginarme una vida sin mi relación diaria con mi Padre, sin la compañía y el
consejo diario del Hijo, y sin la ayuda y guía diaria, e incluso el poder
especial del Espíritu Santo.
Hay
congregaciones que intentan recuperar esa presencia de Dios en medio de ellos.
Allá se oyen frecuentemente expresiones como: ‘Vamos a invitar al Señor y su
gloria (o su presencia)’. Aunque esto es un comienzo, lo triste de ello es que
tratamos a Dios como si él solo fuera un invitado especial; y más triste aun es
que tan pronto su presencia viene y Dios empieza a obrar a Su manera y a
moverse con poder y autoridad, los mismos líderes que le invitaron, vuelven y
lo frenan una vez que sienten que la ‘reunión’ se les sale de las manos.
Dios no
quiere ser solamente el invitado especial de un ‘show’ en una iglesia; Dios
quiere ser el dueño total de nuestras reuniones, de nuestras vidas, el
anfitrión. Él quiere habitar (vivir como dueño) en nosotros –ni siquiera en los
lugares que hemos construido con nuestras manos para Él. Él es quién nos invita
continuamente a que seamos sus invitados a su mesa, no que nosotros lo
invitemos a él. Confundimos todo cuando pensamos al revés.
¡Cómo
cambiarían nuestras reuniones si tan solo dejáramos a Dios ser el anfitrión de
las mismas! Usted depronto me dirá: ‘Hermano, pero eso es peligroso; ¿quién
controla entonces todo? La reunión se volvería un caos’. Y precisamente allí
está nuestro problema: controlar. ¿Por qué tenemos que controlar lo que Dios
quiere hacer? Si decimos y creemos que Dios es un Dios de orden, ¿no es él
mismo quién teniendo el control, trae consigo también el orden? ¿Y qué del hecho de que Cristo es la cabeza de SU iglesia? ¿Desde cuando tenemos el derecho de controlar a nuestra cabeza? ¿O será más
bien que en realidad no le creemos? Creemos en Él, en su existencia, pero
frecuentemente no creemos en lo que él dice. Triste, ya que ‘sin fe (sin
creerle) es imposible agradar a Dios’. Ahí fallamos en muchas áreas de nuestra
fe, en que no le creemos, aunque creemos en su existencia. Y por eso no somos
capaces de confiar en él y obedecerle sin temores ni prejuicios. ¡Nuestra
actitud de fe tiene que cambiar, si queremos ver respuestas a nuestras
oraciones y si queremos experimentar su presencia real cada día con nosotros!
Yo he
tenido la oportunidad de asistir a reuniones en donde Dios ha sido el
anfitrión, y créame, han sido las reuniones más increíbles y maravillosas que
he vivido, y –para sorpresa mía y de muchos- no he visto desorden. ¡Esas
reuniones han sido de las más edificantes que he conocido! El desorden es un
prejuicio que tenemos debido a la necesidad (ni bíblica, ni razonable) de
querer controlar todo.
Hermano líder, sí usted confía en Dios; sí realmente
confía en Dios, crea que Él mismo se va a encargar del orden correcto. Aunque a
nosotros a simple vista nos parezca lo contrario, si usted afina sus sentidos y
su oído espiritual, y permanece expectante y atento a lo que Dios va haciendo y
le va mostrando, se dará cuenta muy pronto, que el orden de Dios en una reunión
es casi siempre muy diferente al nuestro. Pero los resultados de esa libertad
de acción que le damos a Dios, son mil veces más efectivos que nuestras súper
ordenadas reuniones, en donde nunca pasa nada.
Dejemos a
un lado esos temores y soltémosle a nuestro Dios todo. Dejemos que él sea el
anfitrión en nuestras vidas y sencillamente escuchemos –como lo hizo María- lo
que él tiene que decirnos. Entendamos que las personas nunca aprenderán a tener
una relación fuerte y seria con Dios, si no tienen un encuentro personal con Él
y aprenden a dejarle ser el anfitrión de sus vidas.
La actitud
que necesitamos desarrollar es la siguiente:
¡Padre, que TU siempre seas el anfitrión en mi vida y
ministerio. Forma en mí una relación íntima de amor y a pasión hacia Ti. Jesús,
gracias por permitirme ser tu amigo e invitado a tu mesa. Sacia mi hambre
espiritual con tu pan espiritual. Déjame aprender de Ti a ser cada vez más a Tu
imagen acá en la tierra y a reflejarte de tal manera que cada persona con la
que me encuentre te vea a Ti en mi. Espíritu Santo, gracias por permitirme
trabajar contigo y colaborarte. Enséñame a ser sensible y obediente a Tu voz y
guiánza, y a dejarme ser un canal para que Tu poder pueda fluir sin obstáculos
a través de mi!