Después de que Jesús
había multiplicado el pan y los peces, las personas que le seguían generaron la
expectativa de que Jesús venía a ser el Mesías que esperaban (alguien que les
librara del yugo romano y de la pobreza financiera), sin embargo Jesús no vino
a liberarlos de ello, sin a liberarlos del yugo y la esclavitud del pecado, y
de la pobreza y el hambre espiritual.
Al día siguiente, la
multitud que se había quedado en el otro lado del lago se dio cuenta de que los
discípulos se habían embarcado solos. Allí había estado una sola barca, y Jesús
no había entrado en ella con sus discípulos. Sin embargo, algunas barcas de
Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después
de haber dado gracias el Señor. En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni
Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a
Capernaúm a buscar (Lit. buscar con desespero) a Jesús.
Cuando lo
encontraron al otro lado del lago, le preguntaron:
—Rabí,
¿cuándo llegaste acá?
Les respondió Jesús y
les dijo:
—Ciertamente les
aseguro que ustedes me buscan (desesperadamente), no porque han visto señales
(sobrenaturales) sino porque comieron pan hasta llenarse (quedar satisfechos).
Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece
para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre éste ha puesto
Dios el Padre su sello de aprobación.
Gente viene a buscar
a Jesús después de enterarse de que les dio de comer a los 5000 del pasaje
anterior. Cuando notan que no está allí van a buscarlo desesperadamente en
Capernaúm.
Jesús no responde a
la pregunta, sino conociendo la verdadera intención de la misma, él les declara
porque le están buscando: porque les dio de comer, pero no por los milagros que
Jesús pudiera haber hecho.
La palabra ‘pan’
tiene que ver con un molde de pan y viene de una raíz que está relacionada con
el contexto en que en el sacerdote levantaba el pan del pacto para bendecirlo.
Dos razones por las
cuales buscamos a Dios:
1. Para ser
saciados del hambre que tenemos.
2. Para ver
los milagros que él hace.
Jesús no juzga ninguno
de estos dos motivos ni como buenos, ni como malos. Solamente se limita a
aclarar cuál debe ser el enfoque de los mismos: él mismo.
Jesús no les dice que
dejen de trabajar, sino que les dice que deben de trabajar por aquello que les
alimenta espiritualmente y que no se pierde, y que este alimento les iba a ser
dado por él mismo (al momento de su muerte y resurrección) y les recuerda de
donde viene su autoridad para poder darles esta promesa: el Padre mismo.
—¿Qué
tenemos que hacer para realizar (estar comprometidos con) las obras (el
trabajo) de Dios? —le preguntaron.
—Ésta es
la obra (el trabajo) de Dios: que crean en aquel a quien él envió —les
respondió Jesús.
Las personas buscan
actividades, reglas, requisitos para hacer la obra de Dios, para cumplirle;
pero Jesús les explica que solo hay una cosa que pueden hacer: creer en él.
—¿Y qué señal harás
para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer (Cuál es tu obra)?
—insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como
está escrito: “Pan del cielo les dio a comer.”
Ahora las personas
buscan una señal, un milagro que confirme que él es el Hijo de Dios; quieren
ver la obra de Jesús. Ellos usan de ejemplo el pan que le dio Dios en el
desierto a los judíos a través de Moisés, pero ignoran completamente la obra
mostrada por Jesús al multiplicar los panes el día anterior.
(
—Ciertamente les
aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó
Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. Porque el pan de Dios
es el que baja del cielo y da vida al mundo (Gr. kosmos).
Los judíos atribuían
el pan a Moisés, así como hoy muchos atribuyen los milagros a las personas que
los realizan, sin entender que el verdadero autor del pan y del milagro es Dios
el Padre. Jesús acá empieza a mencionar que él mismo es el pan que baja del
cielo para traer vida al cosmos.
—Señor
—le pidieron—, danos siempre ese pan.
Las personas, siguiendo con la idea de un pan físico, le piden de ese
pan a Jesús.
—Yo soy el pan de
vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre (perecerá de
hambre), y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero como ya les
dije, a pesar de que ustedes me han visto (me han puesto cuidado), no creen.
Jesús vuelve y aclara
que no se trata de un pan físico, sino que él es el pan; que él es quien les
quitará el hambre y la sed espiritual y emocional que tienen. Pero ellos siguen
sin creer, sin confiar en él, a pesar de que han visto a Jesús realizar los
milagros y enseñar sobre quién es él realmente.
Todos los que el
Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no (Lit. nunca) lo rechazo.
Porque he bajado (descendí) del cielo no para hacer mi voluntad (determinación,
deseo, propósito, inclinación) sino la (voluntad) del que me envió. Y ésta es
la voluntad del que me envió: que yo no pierda (no sea destruido completamente)
nada de (todo) lo que él me ha dado, sino que lo resucite (lo levante) en el
día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca (discierna)
al Hijo y crea (confíe) en él, tenga (agarre/sostenga la) vida eterna, y yo lo
resucitaré (levantaré) en el día final.
Jesús aclara que Dios
el Padre es el que acerca a las personas a Jesús, y que él nunca les rechaza,
porque él hace lo que el Padre desea y no su propio cuento. Aclara que la
voluntad es que Jesús no pierda a ninguno de los que el Padre le da, sino que
los resucite en el día final. La voluntad del Padre es, que quienes reconozcan
quién es el Hijo y crean en él, tengan vida eterna y sean resucitados en el día
final.
Tanto judíos como
cristianos tenemos el concepto de un día final, en el cual Dios levantará a
todos los muertos y los juzgará ante su trono, separando entre los que creyeron
en él y los que no.
Entonces los judíos (los
religiosos) comenzaron a murmurar contra él, porque dijo: «Yo soy el pan que
bajó (descendió) del cielo.» Y se decían: «¿Acaso no es éste Jesús, el hijo de
José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que sale diciendo: “Yo
bajé del cielo”?»
Los religiosos si
entienden la analogía de Jesús, pero empiezan a criticar a Jesús porque dice
que viene del cielo. Como Capernaúm es parte de los sitios en los cuales Jesús
se crio de muchacho, ellos conocen a sus padres y por lo tanto no aceptan que
Jesús pueda venir del cielo.
—Dejen de murmurar (No
murmuren entre ustedes) —replicó Jesús—. Nadie puede venir a mí si no (a menos
que) lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final.
Jesús le llama la
atención a los religiosos y les deja claro que es el Padre el que atrae a
Cristo, pero que Cristo es quien resucita, y que fue el Padre quién le envió.
En los profetas está
escrito: “A todos los instruirá (enseñará) Dios.” ( En efecto, todo el
que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto,
excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. Ciertamente les
aseguro que el que cree (confía) tiene vida eterna. Yo soy el (ese) pan de
vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto (la soledad),
y murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no
muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan,
vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.
Jesús usa al profeta
Isaías para reprender a los religiosos con sus enseñanzas que confunden al
pueblo, dejando claro que se cumple la profecía de Isaías en la cual dice que
Dios mismo iba a enseñar a todos. Jesús deja claro que el que escucha al Padre
y aprende de él, se acerca a Jesús. Y por si las dudas, nadie sino Jesús mismo,
que vino del Padre, es el único que le ha visto.
Jesús les recuerda
que basta con creer y confiar para tener la vida eterna, y les vuelve a decir
que él mismo es ese pan de vida que trae vida, y que él mismo iba a entregar su
carne, su cuerpo, para que todos tuvieran vida.
Los judíos comenzaron
a disputar (discutir) acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer
su carne?»
Otra vez los judíos
discuten, esta vez pensando en que Jesús está hablando de canibalismo, cuando
Jesús todavía sigue hablando en sentido espiritual.
—Ciertamente les
aseguro —afirmó Jesús— que si no comen (a menos que coman) la carne del Hijo
del hombre ni beben su sangre, no tienen (poseen, sostienen) vida en ustedes.
El que come ( mi carne
y bebe mi sangre tiene (posee) vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él. Así como
me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí
(el que me come a mí), vivirá por mí. Éste es el pan que bajó del cielo: no
como el que sus antepasados comieron y murieron, sino el que come (mastica) de
este pan vivirá para siempre.
Jesús los ignora y
les explica que si no aceptan su sacrificio en la cruz y aceptan su obra de
salvación no pueden tener vida eterna. Hoy entendemos que también Jesús se
estaba refiriendo al símbolo que instituiría antes de su muerte: la Santa Cena,
en donde comemos el pan que simboliza la carne de Cristo y bebemos el vino que
simboliza su sangre. No es el símbolo el que nos da la salvación y la vida
eterna, es la obra de Jesús y el creer y habitar en él y él en nosotros, lo que
realmente nos da la vida eterna y la oportunidad de ser resucitados en el día
final.
Todo esto
lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm.
Jesús aprovechaba
cualquier oportunidad para enseñar: él enseñaba en privado y en público; en el
campo, en las casas, en el templo judío y en la sinagoga. La sinagoga era el colegio
y el sitio de asambleas de los judíos. Los momentos en que Jesús enseñaba allí
eran esperados y normales para todo hombre mayor. Jesús se paraba, exponía un
pasaje de la Biblia y lo explicaba mientras el resto escuchaba y criticaba o
agregaba a la explicación, hasta que se llegara a un consenso de grupo. Muy
similar a lo que fue la iglesia primitiva.