lunes, 28 de marzo de 2016

Juan 6:22-59 – Jesús, el pan de vida

Después de que Jesús había multiplicado el pan y los peces, las personas que le seguían generaron la expectativa de que Jesús venía a ser el Mesías que esperaban (alguien que les librara del yugo romano y de la pobreza financiera), sin embargo Jesús no vino a liberarlos de ello, sin a liberarlos del yugo y la esclavitud del pecado, y de la pobreza y el hambre espiritual.

Al día siguiente, la multitud que se había quedado en el otro lado del lago se dio cuenta de que los discípulos se habían embarcado solos. Allí había estado una sola barca, y Jesús no había entrado en ella con sus discípulos. Sin embargo, algunas barcas de Tiberíades se aproximaron al lugar donde la gente había comido el pan después de haber dado gracias el Señor. En cuanto la multitud se dio cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se fueron a Capernaúm a buscar (Lit. buscar con desespero) a Jesús.

Cuando lo encontraron al otro lado del lago, le preguntaron:

—Rabí, ¿cuándo llegaste acá?

Les respondió Jesús y les dijo:

—Ciertamente les aseguro que ustedes me buscan (desesperadamente), no porque han visto señales (sobrenaturales) sino porque comieron pan hasta llenarse (quedar satisfechos). Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre éste ha puesto Dios el Padre su sello de aprobación.

Gente viene a buscar a Jesús después de enterarse de que les dio de comer a los 5000 del pasaje anterior. Cuando notan que no está allí van a buscarlo desesperadamente en Capernaúm.

Jesús no responde a la pregunta, sino conociendo la verdadera intención de la misma, él les declara porque le están buscando: porque les dio de comer, pero no por los milagros que Jesús pudiera haber hecho.

La palabra ‘pan’ tiene que ver con un molde de pan y viene de una raíz que está relacionada con el contexto en que en el sacerdote levantaba el pan del pacto para bendecirlo.

Dos razones por las cuales buscamos a Dios:

1.      Para ser saciados del hambre que tenemos.

2.      Para ver los milagros que él hace.

Jesús no juzga ninguno de estos dos motivos ni como buenos, ni como malos. Solamente se limita a aclarar cuál debe ser el enfoque de los mismos: él mismo.

Jesús no les dice que dejen de trabajar, sino que les dice que deben de trabajar por aquello que les alimenta espiritualmente y que no se pierde, y que este alimento les iba a ser dado por él mismo (al momento de su muerte y resurrección) y les recuerda de donde viene su autoridad para poder darles esta promesa: el Padre mismo.

—¿Qué tenemos que hacer para realizar (estar comprometidos con) las obras (el trabajo) de Dios? —le preguntaron.

—Ésta es la obra (el trabajo) de Dios: que crean en aquel a quien él envió —les respondió Jesús.

Las personas buscan actividades, reglas, requisitos para hacer la obra de Dios, para cumplirle; pero Jesús les explica que solo hay una cosa que pueden hacer: creer en él.

—¿Y qué señal harás para que la veamos y te creamos? ¿Qué puedes hacer (Cuál es tu obra)? —insistieron ellos—. Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer.”

Ahora las personas buscan una señal, un milagro que confirme que él es el Hijo de Dios; quieren ver la obra de Jesús. Ellos usan de ejemplo el pan que le dio Dios en el desierto a los judíos a través de Moisés, pero ignoran completamente la obra mostrada por Jesús al multiplicar los panes el día anterior.

(Éx. 16:4 – Dios manda pan del cielo como prueba de obediencia; Neh. 9:15 – Dios sacia con el pan el hambre; Sal. 78:24,25 – Dios les dio pan hasta que estuvieran llenos). Muy similar a lo que Jesús les responde.

—Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo —afirmó Jesús—. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo (Gr. kosmos).

Los judíos atribuían el pan a Moisés, así como hoy muchos atribuyen los milagros a las personas que los realizan, sin entender que el verdadero autor del pan y del milagro es Dios el Padre. Jesús acá empieza a mencionar que él mismo es el pan que baja del cielo para traer vida al cosmos.

—Señor —le pidieron—, danos siempre ese pan.

Las personas, siguiendo con la idea de un pan físico, le piden de ese pan a Jesús.

—Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre (perecerá de hambre), y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed. Pero como ya les dije, a pesar de que ustedes me han visto (me han puesto cuidado), no creen.

Jesús vuelve y aclara que no se trata de un pan físico, sino que él es el pan; que él es quien les quitará el hambre y la sed espiritual y emocional que tienen. Pero ellos siguen sin creer, sin confiar en él, a pesar de que han visto a Jesús realizar los milagros y enseñar sobre quién es él realmente.

Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no (Lit. nunca) lo rechazo. Porque he bajado (descendí) del cielo no para hacer mi voluntad (determinación, deseo, propósito, inclinación) sino la (voluntad) del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda (no sea destruido completamente) nada de (todo) lo que él me ha dado, sino que lo resucite (lo levante) en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca (discierna) al Hijo y crea (confíe) en él, tenga (agarre/sostenga la) vida eterna, y yo lo resucitaré (levantaré) en el día final.

Jesús aclara que Dios el Padre es el que acerca a las personas a Jesús, y que él nunca les rechaza, porque él hace lo que el Padre desea y no su propio cuento. Aclara que la voluntad es que Jesús no pierda a ninguno de los que el Padre le da, sino que los resucite en el día final. La voluntad del Padre es, que quienes reconozcan quién es el Hijo y crean en él, tengan vida eterna y sean resucitados en el día final.

Tanto judíos como cristianos tenemos el concepto de un día final, en el cual Dios levantará a todos los muertos y los juzgará ante su trono, separando entre los que creyeron en él y los que no.

Entonces los judíos (los religiosos) comenzaron a murmurar contra él, porque dijo: «Yo soy el pan que bajó (descendió) del cielo.» Y se decían: «¿Acaso no es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo es que sale diciendo: “Yo bajé del cielo”?»

Los religiosos si entienden la analogía de Jesús, pero empiezan a criticar a Jesús porque dice que viene del cielo. Como Capernaúm es parte de los sitios en los cuales Jesús se crio de muchacho, ellos conocen a sus padres y por lo tanto no aceptan que Jesús pueda venir del cielo.

—Dejen de murmurar (No murmuren entre ustedes) —replicó Jesús—. Nadie puede venir a mí si no (a menos que) lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final.

Jesús le llama la atención a los religiosos y les deja claro que es el Padre el que atrae a Cristo, pero que Cristo es quien resucita, y que fue el Padre quién le envió.

En los profetas está escrito: “A todos los instruirá (enseñará) Dios.” (Isa. 54:13). En efecto, todo el que escucha al Padre y aprende de él, viene a mí. Al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios; sólo él ha visto al Padre. Ciertamente les aseguro que el que cree (confía) tiene vida eterna. Yo soy el (ese) pan de vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto (la soledad), y murieron. Pero éste es el pan que baja del cielo; el que come de él, no muere. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.

Jesús usa al profeta Isaías para reprender a los religiosos con sus enseñanzas que confunden al pueblo, dejando claro que se cumple la profecía de Isaías en la cual dice que Dios mismo iba a enseñar a todos. Jesús deja claro que el que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a Jesús. Y por si las dudas, nadie sino Jesús mismo, que vino del Padre, es el único que le ha visto.

Jesús les recuerda que basta con creer y confiar para tener la vida eterna, y les vuelve a decir que él mismo es ese pan de vida que trae vida, y que él mismo iba a entregar su carne, su cuerpo, para que todos tuvieran vida.

Los judíos comenzaron a disputar (discutir) acaloradamente entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

Otra vez los judíos discuten, esta vez pensando en que Jesús está hablando de canibalismo, cuando Jesús todavía sigue hablando en sentido espiritual.

—Ciertamente les aseguro —afirmó Jesús— que si no comen (a menos que coman) la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen (poseen, sostienen) vida en ustedes. El que come (Lit. mastica, traga) mi carne y bebe mi sangre tiene (posee) vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él. Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí (el que me come a mí), vivirá por mí. Éste es el pan que bajó del cielo: no como el que sus antepasados comieron y murieron, sino el que come (mastica) de este pan vivirá para siempre.

Jesús los ignora y les explica que si no aceptan su sacrificio en la cruz y aceptan su obra de salvación no pueden tener vida eterna. Hoy entendemos que también Jesús se estaba refiriendo al símbolo que instituiría antes de su muerte: la Santa Cena, en donde comemos el pan que simboliza la carne de Cristo y bebemos el vino que simboliza su sangre. No es el símbolo el que nos da la salvación y la vida eterna, es la obra de Jesús y el creer y habitar en él y él en nosotros, lo que realmente nos da la vida eterna y la oportunidad de ser resucitados en el día final.

Todo esto lo dijo Jesús mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm.

Jesús aprovechaba cualquier oportunidad para enseñar: él enseñaba en privado y en público; en el campo, en las casas, en el templo judío y en la sinagoga. La sinagoga era el colegio y el sitio de asambleas de los judíos. Los momentos en que Jesús enseñaba allí eran esperados y normales para todo hombre mayor. Jesús se paraba, exponía un pasaje de la Biblia y lo explicaba mientras el resto escuchaba y criticaba o agregaba a la explicación, hasta que se llegara a un consenso de grupo. Muy similar a lo que fue la iglesia primitiva.

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