lunes, 28 de marzo de 2016

Juan 19:1-42 – Jesús es sentenciado, crucificado y sepultado


Después del fracasado intento de Pilatos de salvar a Jesús de los judíos, Jesús es sentenciado y entregado para su crucifixión.

Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotaran. Los soldados, que habían tejido una corona de espinas, se la pusieron a Jesús en la cabeza y lo vistieron con un manto de color púrpura.

—¡Viva el rey de los judíos! —le gritaban, mientras se le acercaban para abofetearlo.

Mt.27:27-31; Mar. 15:16-20.

Latigazos romanos: con puntas de hueso – arranca la carne. 40 latigazos menos uno (39), porque se habían dado cuenta que las personas morían al llegar a los 40, y solo los querían torturar, no matar.

La corona de espinas: un espino de punta larga. Sin saberlo los soldados coronan a Jesús y lo reconocen como Rey, al burlarse de él.

Pilato volvió a salir.

—Aquí lo tienen —dijo a los judíos (a ellos)—. Lo he sacado para que sepan que no lo encuentro culpable de nada.

Cuando salió Jesús, llevaba puestos la corona de espinas y el manto de color púrpura.

—¡Aquí tienen al hombre! —les dijo Pilato.

Tan pronto como lo vieron, los jefes de los sacerdotes y los guardias gritaron a voz en cuello:

—¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

La reacción de los Judíos es rechazarlo como Rey.

—Pues llévenselo y crucifíquenlo ustedes —replicó Pilato—. Por mi parte, no lo encuentro culpable de nada.

—Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios —insistieron los judíos.

Al oír esto (el logos), Pilato se atemorizó aún más, así que entró de nuevo en el palacio (en el tribunal) y le preguntó a Jesús:

—¿De dónde eres tú? (¿Cuál es tu origen?)

Los judíos se basan en una interpretación errada de la ley de Moisés.

El temor de Pilato se basa en las creencias griegas y romanas, en las que los dioses podían estar en la tierra y emparentarse con seres humanos. Por eso pregunta por el origen de Jesús.

Pero Jesús no le contestó nada.

—¿Te niegas a hablarme? —le dijo Pilato—. ¿No te das cuenta de que tengo poder (gr. exosia: autoridad delegada) para ponerte en libertad o para mandar que te crucifiquen?

—No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba —le contestó Jesús—. Por eso el que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande.

Pilato entendía muy claramente su autoridad, venida directamente del emperador romano. Si Jesús era quien decían los judíos, el Hijo de Dios, Pilato no quería meterse con él y podría liberarlo inmediatamente, sin que los judíos pudieran hacer algo para evitarlo.

Jesús no le responde por obediencia a su Padre (‘Yo solo hago lo que veo al Padre hacer’). Era imperante que Jesús pasara por todo esto para que se pudiera cumplir el plan de Dios para salvación. Jesús ratifica esto al dejarle claro a Pilato que incluso el poder del emperador no puede pasar por encima del poder de Dios, y que con ello incluso Pilato tiene que someterse a la voluntad de Dios.

Jesus también deja claro que los judíos estaban cometiendo un mayor pecado (error) que Pilato mismo.

Desde entonces Pilato procuraba poner en libertad a Jesús, pero los judíos gritaban desaforadamente:

—Si dejas en libertad a este hombre, no eres amigo del emperador. Cualquiera que pretende ser rey se hace su enemigo.

Pilato entiende muy bien lo que Jesús le dice, y seguramente también influenciado por el mensaje de su esposa (Mt.27:19), y por eso busca liberar a Jesús, por temor a que realmente este tratando con el Hijo de Dios.

Los judíos notan como Pilato duda y usan una amenaza muy efectiva en ese tiempo: si permites que cualquier persona se ponga como rey por encima del emperador, entonces eres un traidor también. La sentencia por traición en Roma era una muerte muy dolorosa y Pilato bien sabía esto.

Al oír esto, Pilato llevó a Jesús hacia fuera y se sentó en el tribunal, en un lugar al que llamaban el Empedrado (que en arameo se dice Gabatá). Era el día (la hora) de la preparación para la Pascua, cerca del mediodía (la hora sexta).

—Aquí tienen a su rey —dijo Pilato a los judíos.

—¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo! —vociferaron.

—¿Acaso voy a crucificar a su rey? —replicó Pilato.

—No tenemos más rey que el emperador romano —contestaron los jefes de los sacerdotes.

Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y los soldados (lo tomaron y) se lo llevaron.

Mt. 27:11-26; Lc. 22:66-23:25

Pilato decide sentarse y dictar su sentencia: culpable del delito de hacerse rey. Los judíos reaccionan insistiendo en la crucifixión de Jesús.

Aunque Pilato les insiste en si reconocen en Jesús a su rey, los judíos le rechazan y prefieren someterse al emperador romano, aunque contradictoriamente esperan un mesías que acabe con el imperio romano sobre ellos.

Pilatos finalmente se lava las manos en una señal de que rechaza personalmente la sentencia y que no asume la responsabilidad por la muerte de Jesús. Los judíos (sin pensar en las consecuencias de lo que declaran) piden que la sangre de Jesús sea entonces sobre ellos. Sin darse cuenta, con esa declaración, condenan a Israel a pasar por el juicio de Dios, lo que sucede a partir del año 70 después de Cristo (con la destrucción del templo judío por parte de los romanos) y que dura hasta después de la segunda guerra mundial, que es cuando el estado de Israel es otra vez establecido.

Jesús salió cargando (levantando) su propia cruz (propio poste) hacia el lugar de la Calavera (que en arameo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio.

Pilato mandó que se pusiera sobre la cruz un letrero en el que estuviera escrito: «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.» Muchos de los judíos lo leyeron, porque el sitio en que crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad. El letrero estaba escrito en arameo, latín y griego.

—No escribas “Rey de los judíos” —protestaron ante Pilato los jefes de los sacerdotes judíos—. Era él quien decía ser rey de los judíos.

—Lo que he escrito, escrito queda —les contestó Pilato.

Jesús debe llevar su propio poste para la crucifixión. En el camino y seguramente por la pérdida de sangre y la falta de fuerzas a causa de los azotes, la corona de espinas y el tiempo que paso en juicio, Jesús da muestras de agotamiento, por lo cual le ordenan a Simón de Cirene (Marcos menciona incluso que este era el padre de Alejandro y Rufo, posiblemente miembros de la iglesia primitiva) para que ayude y así no demorar la crucifixión, que debía suceder antes del comienzo de la Pascua.

También le siguen muchas mujeres, sobre las cuales Jesús profetiza. Las mujeres eran una parte importante del ministerio de Jesús. Aunque no las vemos en las funciones de los apóstoles, si vemos que, entre otras cosas, sostenían financieramente el ministerio de Jesús. Después de la muerte y resurrección de Jesús, las encontramos reunidas con los apóstoles y los demás discípulos en el aposento alto, orando y esperando la llegada del Espíritu Santo.

A Jesús lo crucifican con dos condenados más, uno de los cuales se burla de él y otro que le pide a Jesús que le lleve consigo. Jesús le promete que estará con él en el paraíso. No solo el condenado se burló, también muchos de los judíos que estaban allí, probablemente para asegurarse de que estuviera muerto.

Jesús se niega a tomar una bebida que era usada para drogar a los condenados, para que sintieran menos dolor cuando les clavaran a la cruz.

En medio de las torturas y burlas a las que Jesús es sometido, su amor sigue abundando al pedir por el perdón de ellos.

Cuando alguien era condenado a muerte en la cruz, se colocaba un letrero con la sentencia por la cual era crucificado sobre el poste. Pilato pone claramente la declaratoria de que Jesús es el rey de los judíos y no lo que los fariseos piden. Lo que Pilato hace es profético, pues declara que por medio de la cruz, Jesús vuelve a retomar su posición de Rey. Al escribirlo en los 3 idiomas reinantes en esa época, lo declara indirectamente Rey de todo el mundo conocido.

Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su manto y lo partieron en cuatro partes, una para cada uno de ellos. Tomaron también la túnica, la cual no tenía costura, sino que era de una sola pieza, tejida de arriba abajo.

—No la dividamos —se dijeron unos a otros—. Echemos suertes para ver a quién le toca.

Y así lo hicieron los soldados. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:

«Se repartieron entre ellos mi manto, y sobre mi ropa echaron suertes.»

Mt. 27:32-44; Mr. 15:21-32; Lc. 23:26-43

De acuerdo al historiador Josefo, la única túnica en esa época que era hecha sin costuras, de una sola pieza, era la del sumo sacerdote. El sumo sacerdote era el único que podía entrar al lugar santísimo, en donde se encontraba el arca de pacto y que representaba la presencia misma de Dios. El sumo sacerdote hacía el sacrificio principal del cordero durante la Pascua. Jesús representa aquí que él es no solo el Hijo de Dios, sino que es el Sumo Sacerdote de Dios, que realiza el sacrificio principal de la Pascua. En este caso, el mismo como el Cordero.

Se cumple lo profetizado por David 1000 años atrás en Salmos 22:18.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la esposa de Cleofas, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y a su lado al discípulo a quien él amaba (gr. agapao), dijo a su madre:

—Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Luego dijo al discípulo:

—Ahí tienes a tu madre.

Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa (con los suyos).

Vemos otra vez a las mujeres acá. Juan menciona de manera especial a María, la madre de Jesús, a la tía de Jesús, la hermana de María, a la esposa de Cleofas (a quién Jesús se le aparece después de resucitar en el camino a Emaús) que también se llama María, y a María Magdalena, la que había sido liberada de varios demonios.

El discípulo amado es Juan mismo. Lo que Jesús hace al entregarle a Juan el cuidado de su madre, es en cumplimiento de las tradiciones del AT, en las cuales cuando la madre quedaba viuda el hermano mayor debía hacerse cargo de ella. Si el hermano mayor moría, este debía designar a otro hermano para cuidar de la madre mientras esta viviera. Jesús (posiblemente de manera intencional) no designa a ninguno de sus hermanos de sangre para hacer esta labor, sino que designa a su mejor amigo, como ejemplo tal vez de como debía ser la familia de Dios: hermanos y hermanas unos con otros. Juan entiende el mensaje y aloja desde ese entonces a María en su casa, como si fuera su propia madre.

Después de esto, como Jesús sabía que ya todo había terminado (concluido), y para que se cumpliera la Escritura, dijo:

—Tengo sed.

Había allí una vasija llena de vinagre; así que empaparon una esponja en el vinagre (con hisopo), la pusieron en una caña (la enrollaron) y se la acercaron a la boca. Al probar (tomar) Jesús el vinagre, dijo:

—Todo se ha cumplido (concluido, finalizado).

Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu (su aliento de vida).

Mt.27:45-56; Mr.15:33-41; Lc. 23:44-49


Durante el momento de la muerte de Jesús suceden varias cosas:

1.      Ocurre una oscuridad total durante 3 horas en pleno día…

2.      Jesús llama a su Padre en un momento en que se siente abandonado.

3.      Hay un fuerte temblor…

4.      La cortina que separa el lugar santo del lugar santísimo en el templo se parte en dos, dejando completamente abierto el acceso de todos a la presencia misma de Dios…

5.      Jesús muere dando parte de haber cumplido con su misión.

6.      Varios muertos resucitan y aparecen en Jerusalén.

La oscuridad total y el terremoto declaran el poder de Dios desatado sobre ese momento, demostrando que esto no era una muerte normal. Esto lo reconoce el centurión romano que se encontraba allí.

Por un momento la unidad entre Jesús y el Padre está rota. La razón: Dios no puede tener comunión (unidad) con el pecado. Ese es el momento en que Jesús carga sobre sí todo el pecado del mundo (como en el AT el cordero designado para eso). Después de esto Jesús declara el cumplimiento de su misión y al expirar un fuerte temblor confirma un cambio.

La cortina de separación se rompe en dos, declarando que con la muerte de Cristo como cordero santo, ya no hay necesidad de un sumo sacerdote que interceda por nosotros, sino que tenemos entrada directa a la presencia de Dios. Pablo explica esto bien en su carta a los Hebreos.

La resurrección de varios muertos demuestra el poder sobre la muerte que Jesús ya había estado anunciando. Mateo claramente dice que se trataba de santos. Ese término se le da después a los creyentes de la iglesia primitiva. Es posible entonces que los resucitados hayan sido todos personas que murieron por su fe y que eran seguidores de Jesús. Lo interesante es que esperan a la resurrección de Jesús para aparecerse a las personas en la ciudad.

Aquí se mencionan de nuevo a las mujeres, esta vez, observando todo desde la distancia. Se menciona además de las anteriores a: María la madre de Jacobo (el menor), José y Salomé (posiblemente la misma María que se menciona como esposa de Cleofas), la madre de los hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan).

Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser éste un día muy solemne. Así que le pidieron a Pilato ordenar que les quebraran las piernas a los crucificados y bajaran sus cuerpos. Fueron entonces los soldados y le quebraron las piernas al primer hombre que había sido crucificado con Jesús, y luego al otro. Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado (el costillar) con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua. El que lo vio ha dado testimonio de ello, y su testimonio es verídico. Él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán ningún hueso» y, como dice otra Escritura: «Mirarán al que han traspasado.»

La costumbre de quebrarle las piernas a los crucificados se hacía para acelerar su muerte. Al no poder apoyarse sobre sus piernas quebradas, el crucificado moría por no poder respirar bien, ya que todo el peso de su cuerpo presionaba sobre los pulmones.

Los cuerpos no debían permanecer durante la Pascua allí, para evitar que fuera contaminada la celebración.

El que haya brotado sangre y agua (posiblemente el suero) del costado de Jesús (el costillar, posiblemente debajo del corazón) es una muestra médica de que Jesús murió de un infarto, causado probablemente por el estrés de la carga de pecado que llevo y la separación momentánea de Dios Padre.

Juan deja claro que él mismo estuvo presente y que puede testificar de ello, y que esto lo dice para que creamos, ya que se cumplen otras profecías: Éxodo 12:46, Salmos 34:20; Zacarías 12:10. Probablemente escribe esto para contrarrestar los rumores propagados por los judíos, de que Jesús en realidad no había muerto.

Después de esto, José de Arimatea le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Con el permiso de Pilato, fue y retiró el cuerpo. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, llegó con unos treinta y cuatro kilos de una mezcla de mirra y áloe. Ambos tomaron el cuerpo de Jesús y, conforme a la costumbre judía de dar sepultura, lo envolvieron en vendas con las especias aromáticas. En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no se había sepultado a nadie. Como era el día judío de la preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


Mt. 27:57-66; Mr. 15:42-47; Lc. 23:59-56


Aquí vemos que se mencionan otros dos discípulos más: José de Arimatea y Nicodemo, ambas pertenecientes al sanedrín, el consejo de los sacerdotes judíos. José pide el cuerpo de Jesús a Pilatos para poder sepultarlo dignamente, pero los judíos se acuerdan de que Jesús había dicho que resucitaría al tercer día y hacen que la tumba sea custodiada por los romanos, ya que sospechan que los discípulos podrían robarse el cuerpo para poder decir después que Jesús había resucitado. Los romanos sellan el sepulcro y ponen guardias. El sello era de cera y contenía el sello del emperador. Quién rompiera dicho sello, era condenado a muerte.


Jesús es sepultado en un jardín directamente en el sitio en donde fue crucificado.


María Magdalena y María la madre de José (posiblemente la esposa de Cleofas) también están allí observando donde es puesto Jesús.

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