Después de esto Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea. Allí pasó algún tiempo con ellos, y bautizaba (sumergir, inmersión).
Vemos aquí,
que también Jesús comienza a bautizar a otros. El bautismo en agua consistía en
la inmersión total de una persona en un rio o lago. Con ello se realizaba el
rito de purificación de los judíos y se entraba a ser parte de los discípulos de
alguien. La iglesia primitiva continua con este rito, agregándole dos
componentes más: el simbolismo que al ser sumergidos estamos identificándonos
con la muerte y resurrección de Cristo, y que entramos a ser parte del cuerpo
de Cristo, su eclesia.
También Juan (el Bautista) estaba bautizando en Enón (lugar de
fuentes), cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Así que la gente (ellos)
iba para ser bautizada. (Esto sucedió antes de que encarcelaran a Juan).
Juan el
Bautista, pariente de Jesús, también se encontraba bautizando en esta región,
ya que existían suficientes fuentes de agua para ello. Las personas, que ya habían
escuchado el mensaje de arrepentimiento de Juan y posiblemente también conocían
de la fama de Jesús y de sus milagros, acudían entonces a este lugar para
bautizarse.
El
autor menciona también que todo esto sucedió antes de que Juan fuera
encarcelado. Más adelante veremos que Juan es encarcelado cuando condena el
matrimonio incestuoso de Herodes.
Se entabló (generó) entonces una discusión (disputa) entre los
discípulos de Juan y un judío en torno a los ritos de purificación (o: a la
expiación). Aquéllos fueron a ver a Juan y le dijeron:—Rabí (Maestro), fíjate, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, ahora está bautizando, y todos acuden (van donde) a él.
Estando
allí un judío discute con los discípulos sobre quien puede ejercer el bautismo,
el rito de la purificación. En su celo por Juan (o por el rito), van donde este
y le avisan que Jesús está bautizando, y que ahora la gente se estaba yendo
donde él. Esto se parece tanto a los celos que algunas personas cristianas
muestran porque las personas alrededor en vez de acudir a “su” iglesia, acuden
a otra, o a una iglesia orgánica, en donde encuentran una relación más directa
con Jesús. Juan entiende que la relación directa con Jesús es más importante
que su propia fama y les responde:…
(Respondió Juan y dijo:…) —Nadie puede (No puede un ser humano) recibir
(tomar) nada a menos que Dios se lo conceda (le sea dado del cielo) —les
respondió Juan—.
Juan les
deja claro que lo que Jesús tiene, solo lo tiene porque Dios mismo se lo ha
dado, y que por ende su autoridad para efectuar este rito es válida.
Ustedes me son testigos de que dije: “(Porque) Yo no soy el Cristo
(ungido; Mesías), sino que he sido enviado (puesto aparte) delante (en frente) de
él.” El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a
su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Ésa es
la alegría que me inunda (llena). A él le toca crecer (Es necesario que el
crezca), y a mí menguar (pero yo mengue, decrezca).
Juan continúa
recordándoles lo que ya había dicho antes sobre Jesús, que él (Juan) no es el Mesías,
sino Jesús. Posiblemente la gente ya estaba empezando a entronar a Juan, no
entendiendo el mensaje que él había dado antes sobre Jesús. Juan usa otra
imagen para hablar sobre Jesús, la del novio; y explica que Jesús es el novio,
y que la novia (su eclesia) le pertenece. Juan solo es el amigo del novio, y él
se alegra por ello. Juan entiende mejor que los judíos que le celaban, que la
fama de Jesús tenía que crecer y la de él tenía que reducirse. El entendía que
no se trataba de él, sino de Jesús.
Hoy en día,
tristemente, hay muchos líderes en las iglesias que no han comprendido que no se
trata de ellos y sus ministerios, sino de Cristo y únicamente de él. Son fáciles
de reconocer con solo escuchar a sus seguidores: ¿De qué hablan principalmente,
de su líder y su ministerio, o de lo que Jesús está haciendo en sus vidas? Como
líderes estamos siempre en el riesgo contante de quitarle la gloria a Jesús.
Por eso, debemos tener una relación sólida con él y debemos evaluarnos y
humillarnos diariamente en todas aquellas actitudes, conversaciones y
pensamientos con los cuales estemos atrayendo la atención hacia nosotros, en
vez de hacia Jesús.
»El que viene de arriba está por encima de todos (sobre todos); el que
es de la tierra, es terrenal y de lo terrenal habla. El que viene del cielo
está por encima de todos (El que es del cielo está por encima de todos) (y) da
testimonio (es testigo) de lo que ha visto y oído, pero nadie (ninguno/a) recibe
(toma) su testimonio (evidencia dada).
Juan
(posiblemente el apóstol) continua explicando que Jesús viene del cielo, de
Dios y que viene hablando de las cosas de Dios, pero que aunque ha dado
evidencia de ello, nadie le cree. Jesús había no solo mostrado su autoridad por
lo que decía, sino también por lo que hacía, y sin embargo, había muchos
religiosos que no le creían.
El que lo recibe (toma su evidencia dada) certifica (sella, atestigua)
que Dios es veraz. Sin embargo, los que si aceptaron la evidencia dada y la tomaron, demostraron con ello que no solo Dios está diciendo la verdad, sino que él es real.
El enviado de Dios (Al que Dios ha puesto aparte) comunica el mensaje divino (las palabras de Dios habla), pues Dios mismo le da su Espíritu sin restricción (y no por medida da el Espíritu).
Juan declara acá que uno es el mensajero, y otro el hijo. Juan el Bautista es el mensajero, y da ese mensaje por medio del Espíritu Santo, que le ha sido dado sin restricción ni medida. Esto también es válido para nosotros cuando Dios nos da de su Espíritu.
El Padre ama (gr. ágape – amor incondicional) al Hijo, y ha puesto (le ha dado) todo en sus manos.
Además del mensajero está el Hijo (Jesus), el cual por el amor incondicional del Padre (Dios), es heredero y dueño de todo.
El que cree (tiene fe) en el Hijo tiene vida eterna (perpetua); pero el que rechaza (no tiene fe, no cree) al Hijo no sabrá lo que es esa vida (no verá la vida), sino que permanecerá bajo el castigo de Dios (la ira de Dios está sobre el).
Juan
resume una vez más que solo quien tenga fe en el Hijo tendrá la vida eterna,
pero que todos aquellos que no tienen fe en el Hijo, no sabrán lo que es la
vida eterna, sino que permanecerán bajo la condenación y la culpa por la ira de
Dios.
Dios
quiere que todos nosotros tengamos la vida eterna, pero cuando no le
reconocemos y creemos en él personalmente (OJO: no en instituciones o personas
que le representan, sino en él directamente), entonces permanecemos en la
oscuridad, bajo la condenación y la ira de Dios que sentimos por no conocer a
Dios realmente.