sábado, 21 de junio de 2014

Juan 4:43-54 – Jesús sana, con el objetivo que hogares sean transformados

Con el pasaje siguiente comienzan una serie de historias de diversos milagros hechos por Jesús y de los cuales podemos no solo aprender más sobre la naturaleza y el carácter de Dios, sino también mucho sobre la forma en que Jesús obró al servir a los demás.

Después de esos dos días Jesús salió de allí rumbo a Galilea (pues, como él mismo había dicho [testificado], a ningún profeta se le honra [se valora] en su propia tierra [nativa]).

Después de haber permanecido dos días con los samaritanos y haber traído la salvación a todo un pueblo, Jesús continua su camino para Galilea, después de haber sido rechazado en su propia tierra (Judea). Juan menciona un dicho que Jesús mismo dijo y que encontraremos después en otros evangelios, que un profeta no es valorado en su propia tierra. Con ello se refiere a que es más difícil compartirle el mensaje de salvación a las personas que crecieron con uno y que lo conocen, que con quienes no saben nada de uno. Este puede deberse a que quienes nos conocen, también conocen nuestras debilidades y nuestra forma de ser, y al haber crecido tan cerca de uno, pueden no tomarnos en serio por ello, así lo que digamos sea la verdad. Un ejemplo es el de José y sus hermanos. A pesar de que José no les hizo ningún mal a sus hermanos o padres, estos no aceptaban los sueños que tenía. Muchas veces nuestro mensaje no es aceptado entre los más cercanos, sencillamente por celos o incomprensión de lo que estamos tratando de decir. Tendemos a ser más renuentes a ver algo obvio frente a nosotros, que aceptar lo que digan los de afuera, aunque sea el mismo mensaje.

Cuando llegó a Galilea, fue (bien) recibido por (todos) los galileos, pues éstos habían visto personalmente (discernido) todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta (de la Pascua), ya que ellos habían estado también allí (ido a la fiesta).

Vemos acá la diferencia: los galileos, que no eran el pueblo de Jesús, si le aceptan bien, pues habían visto y entendido lo que Jesús había hecho durante la fiesta de Pascua. Ellos no tenían recelos ni razones para envidiar o desconfiar de Jesús, por lo cual sus corazones estaban más abiertos a recibir el mensaje.

Y volvió otra vez (Jesús) a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. (y) Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. Cuando este (hombre) se enteró de (escuchó) que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a su encuentro y le suplicó que bajara a sanar (curar) a su hijo, pues estaba a punto de morir.

Jesús vuelve al lugar de su primer milagro y allí las personas comienzan a buscarlo. La fama de Jesús ya le precede. Es interesante, que en esta ocasión se trata de un funcionario de alto nivel, quien viene a suplicar por la vida de su hijo. Por la respuesta que Jesús le da…

(Le dijo Jesús a él. A menos que vean marcas/indicaciones y prodigios no van a tener fe) —Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios —le dijo Jesús.

… podemos deducir que el funcionario acude a Jesús sin creer realmente en él, tal vez en un acto de desespero para salvar a su hijo. Otro ejemplo más de que las sanidades o los milagros no requieren que la persona que necesita el milagro tenga fe, sino de Jesús únicamente.

—Señor —rogó (dijo) el funcionario—, baja antes de que se muera mi hijo (niño).

—Vuelve a casa (sigue tu camino), que tu hijo vive —le dijo Jesús—.

El funcionario le pide a Jesús que vaya con él, pero Jesús se niega y sencillamente le dice que vaya, que su hijo está bien.

El hombre creyó lo que Jesús le dijo (tuvo fe en la palabra que Jesús le dijo), y se fue (siguió su camino). Cuando (Mientras) se dirigía a su casa, sus siervos (esclavos) salieron a su encuentro (se encontraron con él) y le dieron la noticia de que su hijo estaba vivo (diciéndole: tu niño vive). (Cuando) les preguntó (entonces) a qué hora había comenzado (su hijo) a sentirse mejor, (y) le contestaron:

Vemos acá que la respuesta de Jesús genera en el hombre un primer paso de fe: el cree en lo que Jesús le ha dicho, aunque no ha visto el resultado. Jesús da una palabra primero, y él hombre tiene la opción de creerla o no, pero como veremos ahora, la sanidad había ocurrido antes de que el hombre creyera la palabra de Jesús. Al encontrarse con sus esclavos, estos le comentan que su hijo ya estaba bien. Esto debió haber alegrado y sorprendido al hombre, por lo cual indaga por la hora en que todo ocurrió…

—Ayer a la una de la tarde (Lit. a la séptima hora) se le quitó (le dejo) la fiebre (la inflamación).

Entonces el padre se dio cuenta de (supo) que precisamente a esa hora Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.» Así que (y) creyó (tuvo fe) él con (y) toda su familia (gr. oikos: hogar, todos los que viven bajo el mismo techo: familia + trabajadores).

… todo sucedió en el momento en que Jesús pronunció la palabra, antes de que el hombre incluso hubiera creído en lo que Jesús dijo. Esto hace que al final todas las personas que vivían bajo el mismo techo del funcionario, familia, esclavos y empleados, tengan fe en Jesús. Es aquí donde se menciona que realmente tuvo fe; antes solo había creído en la palabra dicha por Jesús, ahora creía completamente en él.

Ésta fue la segunda señal (indicación) que hizo Jesús después de que volvió de Judea a Galilea.

Según esto, este fue el segundo milagro de Jesús, después de regresar de Judea a Galilea, lo que nos muestra que Jesús no usaba mucho las señales todavía, sino que estaba más enfocado en el mensaje mismo durante este momento de su ministerio.

sábado, 14 de junio de 2014

Juan 4:1-42 – Jesús y la mujer Samaritana: el agua de vida

(Cuando…) Jesús se enteró de (supo) que los fariseos sabían (habían escuchado) que él (Jesús) estaba haciendo y bautizando más discípulos que Juan (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba sino sus discípulos).
(…entonces) Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. Como tenía que pasar (su travesía era) por Samaria, llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob.

La herencia que Jacob le dio a su hijo José.

(Y estando) Jesús, fatigado del camino (del viaje), se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía (de la hora sexta).

Jesús fue completamente Dios y completamente humano. Sentía las mismas necesidades que nosotros: cansancio, sed, hambre, etc. El mediodía era la hora más caliente del día y en ese entonces no se viajaba sino caminando, recorriendo grandes distancias a pie.

En eso llegó a sacar agua una mujer (se refiere también a esposa) de Samaria, y Jesús le dijo:

—Dame un poco de agua (Dame de tomar).

(Pues sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida (a hacer mercado)).

Posiblemente a buscar algo para almorzar.

Le respondió entonces la mujer samaritana:

—¿Cómo tú siendo judío me pides agua (de tomar), siendo yo una mujer samaritana?

(Pues los judíos no tienen asuntos en común con los samaritanos.)

Desde los tiempos de Rehabeam, el hijo de David que había causado la división entre Judá e Israel, existía cierto rechazo entre los dos pueblos. Más aun después de que los Israelitas habían sido llevados en cautiverio por los asirios, quienes repoblaron Samaria con su propia gente, la cual adoraba diversos dioses. Cuando algunos israelitas regresaron del destierro después de que Asiria fuera vencida por los babilonios, las dos culturas se mezclaron causando el rechazo de los judíos que regresaron a Judea. Sin embargo, ambos pueblos esperaban al mismo Mesías.

Le respondió Jesús y le dijo a ella: —Si supieras lo que Dios puede dar (Si vieras/conocieras el regalo gratuito de Dios), y conocieras al (y quien es el) que te está pidiendo agua (ha dicho: dame de tomar) —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida (agua viva; agua de vida).

Es interesante que Jesús no se deja llevar a un debate regional con la mujer, sino que inmediatamente la introduce en un tema relacionado con la pregunta que él mismo había hecho sobre el agua. Jesús le habla de un agua que da vida.

(Le dijo entonces la mujer:) —Señor, ni siquiera tienes (una vasija) con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo (profundo); ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida (agua viva)? ¿Acaso eres tú (A menos que seas) superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó (dio) este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?

La mujer no entiende inicialmente la respuesta de Jesús, y al no ver que él tenga un cántaro para sacar el agua, queda confundida. Pero hace una pregunta clave: ‘¿Eres mayor a quien nos dejó este pozo? ¿Puedes sacar agua de una manera diferente? Jesús logro con ello captar la atención de ella.

(Respondió Jesús y le dijo a ella) —Todo el (Cualquiera) que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el (quienquiera) que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que (el agua que yo le daré, generará/causará) dentro de él esa agua se convertirá (generará/causará) en un manantial del que brotará vida eterna.

Le dijo entonces la mujer: —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.

(Le dijo) —Ve a llamar a tu esposo (hombre), y vuelve acá —le dijo Jesús.

(Respondió la mujer y dijo) —No tengo (poseo) esposo (hombre) —respondió la mujer.

—Bien has dicho que no tienes (posees) esposo (hombre). Es cierto que has tenido cinco (Porque has tenido cinco hombres), y el que ahora tienes no es tu esposo (hombre). En esto has dicho la verdad.

La mujer nota que lo que Jesús le ofrece es completamente diferente a lo que ha conocido: un agua que no solo quita la sed, sino que hace que dentro de uno genere un manantial de agua del que brota vida eterna. Lo que Jesús le ofrece trae una transformación en nosotros, de manera que de nuestro interior sale vida eterna para dar a los demás. La mujer sigue pensando en sí misma y en cómo evitar la ardua labor de tener que venir al pozo a recoger agua. Cuando le pide entonces a Jesús de esa agua, la respuesta de él parece no tener sentido. Jesús le pide que traiga a su esposo. Esto tenía varias razones:

1.      Jesús conocía claramente la situación de infidelidad de la mujer.

2.      Jesús quería que ella entendiera que esto era para beneficiar a toda su familia y no solo a ella.

3.      Jesús estaba introduciendo la conversación en la verdadera necesidad de la mujer: su vacío de afecto y de salvación.

Le dijo la mujer: —Señor, me doy cuenta (percibo) de que tú eres profeta. Nuestros antepasados (padres) adoraron (Gr. proskuneo: lamer la mano de su dueño, un perro; postrarse) en este monte, pero ustedes dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.

Le dijo Jesús a ella: —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. (Ahora) ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene (es) de los judíos. Pero se acerca la hora, y ha llegado ya (y es ahora), en que los verdaderos adoradores (los adoradores veraces) rendirán culto (adoraran: proskuneo) al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere (a este tipo de adoradores busca) el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.

La mujer trata de cambiar el tema y vuelve otra vez al tema de las diferencias regionales, pero Jesús vuelve y encarrila el tema al retomar la palabra adoración. La adoración según este significado es un acto de humillación de adorador ante Dios, tal como cuando un perro lame la mano de su dueño. Pero Jesús va más allá: el habla de adoradores verdaderos, y de que Dios busca este tipo de adoradores, adoradores que lo hacen en espíritu y veracidad. Esto significa que existen adoradores no veraces. En el Antiguo Testamento se menciona, que hay quienes de labios adoran a Dios, pero que su corazón está lejos de él. Dios aborrece a este tipo de adorador. O estamos completamente con él, o no estamos. Dios no se agrada de adoradores tibios y a medias. Él va por el ‘todo o nada’.

—Sé que viene el Mesías (ungido), al que llaman el Cristo (ungido) —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará (anunciará) todas las cosas (absolutamente todo).

—Ése soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús. (Le dijo Jesús: Yo soy, el que habla contigo).

La mujer entonces pasa al tema del Mesías, a quién ella también espera, y declara que él será quien les explique todo, ya que todo este tema es muy complejo para ella. Jesús le deja claro que él es ese Mesías al usar una formula muy conocida por ellos en relación a Dios y su nombre: ‘Yo soy’. Este fue el nombre que Dios le dijo a Moisés que usara cuando preguntaran quién le enviaba: ‘Yo soy, el que soy’. Cuando por ende alguien en esa época usaba esta expresión, los demás sabían muy bien que se refería a Dios.

En esto llegaron sus discípulos y se sorprendieron de verlo hablando con una mujer, aunque ninguno le preguntó: «¿Qué pretendes (buscas/planeas)?» o «¿De qué hablas con ella?»

Como los discípulos llegan en ese momento de hacer las compras, la conversación se ve interrumpida. Los discípulos, conociendo ya a Jesús y como actuaba diferente al resto de la gente, no le preguntan ni le recriminan que hable con una mujer, ni le preguntan sobre el tema, aunque podemos deducir del comentario que hace Juan, que de seguro se preguntaban sobre porqué estaría hablando con una Samaritana.

La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente:

—Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que (alguna vez) he hecho. ¿No será éste el Cristo (ungido)?

Salieron del pueblo y fueron a ver a (donde) Jesús.

El impacto que la conversación con Jesús causa en la mujer es evidente. Aprovechando la llegada de los discípulos ella corre al pueblo a comentarle a todos lo que ha pasado y a expresar sus sospechas: ¿será este el Mesías que tanto esperamos? Los del pueblo quedan intrigados y salen también a ver a Jesús.

Mientras tanto, sus (los) discípulos le insistían:

—Rabí, come (algo).

—Yo tengo un alimento (para comer) que ustedes no conocen —replicó él.

«¿Le habrán traído (algo) de comer?», comentaban entre sí los discípulos.

—Mi alimento es hacer la voluntad (es cumplir con la determinación/el propósito) del que me envió y terminar (consumar/completar) su obra —les dijo Jesús—. ¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para la (y entonces viene la) cosecha”? (He aquí,) Yo les digo: ¡Abran los ojos (Levanten su mirada) y miren (observen bien, perciban) los campos (sembrados)! Ya la cosecha está madura (Porque blancos están para ser cosechados ya); ya el segador recibe su salario (pago) y recoge el fruto para vida eterna. Ahora (Para que) tanto el sembrador como el segador se alegran (alegren) juntos. Porque como dice (Y en esto) el refrán (es veraz): “Uno es el que siembra y otro (diferente) el que cosecha.” Yo los he enviado (envío) a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo (fatiga). Otros se han fatigado trabajando, y ustedes han cosechado el fruto de (entrado a ser parte de) ese trabajo.

Los discípulos, que no conocían la conversación, no comprendían lo que pasaba y estaban sorprendidos cuando Jesús les rechaza su oferta de comida. Jesús sabía que la prioridad en este momento era la vida de esta samaritana y con ello la salvación de todo un pueblo. Jesús trata de hacerles entender que deben estar atentos a las señales y no asumir que todo hay que prepararlo primero. Hay cosas que ya están listas para cosechar. En este caso, Jesús notó que esta mujer y su pueblo estaban listos para recibir el mensaje de salvación y a eso le dio su prioridad.

Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer: «Me dijo todo lo que he hecho.» Así que cuando los samaritanos fueron a su encuentro le insistieron en (interrogaron y le pidieron) que se quedara con ellos. Jesús permaneció allí dos días, y muchos más llegaron a creer (tener fe) por lo que él mismo decía.

—Ya no creemos sólo por lo que tú dijiste —le decían a la mujer—; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo (gr. kosmou).

Gracias a que Jesús supo aprovechar la situación, muchos de los samaritanos creyeron en él como Mesías, y le insistieron en permanecer con ellos un tiempo más, para que les enseñara mas sobre la salvación.

martes, 20 de mayo de 2014

Juan 3:22-36 – Juan reconoce que se trata de Jesús y no de nosotros

Después de haber hablado con Nicodemo, Jesús y sus discípulos se trasladan a la región de Judea.
Después de esto Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea. Allí pasó algún tiempo con ellos, y bautizaba (sumergir, inmersión).
Vemos aquí, que también Jesús comienza a bautizar a otros. El bautismo en agua consistía en la inmersión total de una persona en un rio o lago. Con ello se realizaba el rito de purificación de los judíos y se entraba a ser parte de los discípulos de alguien. La iglesia primitiva continua con este rito, agregándole dos componentes más: el simbolismo que al ser sumergidos estamos identificándonos con la muerte y resurrección de Cristo, y que entramos a ser parte del cuerpo de Cristo, su eclesia.
También Juan (el Bautista) estaba bautizando en Enón (lugar de fuentes), cerca de Salín, porque allí había mucha agua. Así que la gente (ellos) iba para ser bautizada. (Esto sucedió antes de que encarcelaran a Juan).
Juan el Bautista, pariente de Jesús, también se encontraba bautizando en esta región, ya que existían suficientes fuentes de agua para ello. Las personas, que ya habían escuchado el mensaje de arrepentimiento de Juan y posiblemente también conocían de la fama de Jesús y de sus milagros, acudían entonces a este lugar para bautizarse.
El autor menciona también que todo esto sucedió antes de que Juan fuera encarcelado. Más adelante veremos que Juan es encarcelado cuando condena el matrimonio incestuoso de Herodes.
Se entabló (generó) entonces una discusión (disputa) entre los discípulos de Juan y un judío en torno a los ritos de purificación (o: a la expiación). Aquéllos fueron a ver a Juan y le dijeron:
—Rabí (Maestro), fíjate, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, y de quien tú diste testimonio, ahora está bautizando, y todos acuden (van donde) a él.
Estando allí un judío discute con los discípulos sobre quien puede ejercer el bautismo, el rito de la purificación. En su celo por Juan (o por el rito), van donde este y le avisan que Jesús está bautizando, y que ahora la gente se estaba yendo donde él. Esto se parece tanto a los celos que algunas personas cristianas muestran porque las personas alrededor en vez de acudir a “su” iglesia, acuden a otra, o a una iglesia orgánica, en donde encuentran una relación más directa con Jesús. Juan entiende que la relación directa con Jesús es más importante que su propia fama y les responde:…
(Respondió Juan y dijo:…) —Nadie puede (No puede un ser humano) recibir (tomar) nada a menos que Dios se lo conceda (le sea dado del cielo) —les respondió Juan—.  
Juan les deja claro que lo que Jesús tiene, solo lo tiene porque Dios mismo se lo ha dado, y que por ende su autoridad para efectuar este rito es válida.
Ustedes me son testigos de que dije: “(Porque) Yo no soy el Cristo (ungido; Mesías), sino que he sido enviado (puesto aparte) delante (en frente) de él.” El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Ésa es la alegría que me inunda (llena). A él le toca crecer (Es necesario que el crezca), y a mí menguar (pero yo mengue, decrezca).
Juan continúa recordándoles lo que ya había dicho antes sobre Jesús, que él (Juan) no es el Mesías, sino Jesús. Posiblemente la gente ya estaba empezando a entronar a Juan, no entendiendo el mensaje que él había dado antes sobre Jesús. Juan usa otra imagen para hablar sobre Jesús, la del novio; y explica que Jesús es el novio, y que la novia (su eclesia) le pertenece. Juan solo es el amigo del novio, y él se alegra por ello. Juan entiende mejor que los judíos que le celaban, que la fama de Jesús tenía que crecer y la de él tenía que reducirse. El entendía que no se trataba de él, sino de Jesús.
Hoy en día, tristemente, hay muchos líderes en las iglesias que no han comprendido que no se trata de ellos y sus ministerios, sino de Cristo y únicamente de él. Son fáciles de reconocer con solo escuchar a sus seguidores: ¿De qué hablan principalmente, de su líder y su ministerio, o de lo que Jesús está haciendo en sus vidas? Como líderes estamos siempre en el riesgo contante de quitarle la gloria a Jesús. Por eso, debemos tener una relación sólida con él y debemos evaluarnos y humillarnos diariamente en todas aquellas actitudes, conversaciones y pensamientos con los cuales estemos atrayendo la atención hacia nosotros, en vez de hacia Jesús.
»El que viene de arriba está por encima de todos (sobre todos); el que es de la tierra, es terrenal y de lo terrenal habla. El que viene del cielo está por encima de todos (El que es del cielo está por encima de todos) (y) da testimonio (es testigo) de lo que ha visto y oído, pero nadie (ninguno/a) recibe (toma) su testimonio (evidencia dada).
Juan (posiblemente el apóstol) continua explicando que Jesús viene del cielo, de Dios y que viene hablando de las cosas de Dios, pero que aunque ha dado evidencia de ello, nadie le cree. Jesús había no solo mostrado su autoridad por lo que decía, sino también por lo que hacía, y sin embargo, había muchos religiosos que no le creían.
El que lo recibe (toma su evidencia dada) certifica (sella, atestigua) que Dios es veraz.
Sin embargo, los que si aceptaron la evidencia dada y la tomaron, demostraron con ello que no solo Dios está diciendo la verdad, sino que él es real.
El enviado de Dios (Al que Dios ha puesto aparte) comunica el mensaje divino (las palabras de Dios habla), pues Dios mismo le da su Espíritu sin restricción (y no por medida da el Espíritu).
Juan declara acá que uno es el mensajero, y otro el hijo. Juan el Bautista es el mensajero, y da ese mensaje por medio del Espíritu Santo, que le ha sido dado sin restricción ni medida. Esto también es válido para nosotros cuando Dios nos da de su Espíritu.
El Padre ama (gr. ágape – amor incondicional) al Hijo, y ha puesto (le ha dado) todo en sus manos.
Además del mensajero está el Hijo (Jesus), el cual por el amor incondicional del Padre (Dios), es heredero y dueño de todo.
El que cree (tiene fe) en el Hijo tiene vida eterna (perpetua); pero el que rechaza (no tiene fe, no cree) al Hijo no sabrá lo que es esa vida (no verá la vida), sino que permanecerá bajo el castigo de Dios (la ira de Dios está sobre el).
Juan resume una vez más que solo quien tenga fe en el Hijo tendrá la vida eterna, pero que todos aquellos que no tienen fe en el Hijo, no sabrán lo que es la vida eterna, sino que permanecerán bajo la condenación y la culpa por la ira de Dios.
Dios quiere que todos nosotros tengamos la vida eterna, pero cuando no le reconocemos y creemos en él personalmente (OJO: no en instituciones o personas que le representan, sino en él directamente), entonces permanecemos en la oscuridad, bajo la condenación y la ira de Dios que sentimos por no conocer a Dios realmente.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Juan 3:1-21 – Jesús, Nicodemo y el amor del Padre

Estando Jesús en Jerusalén, recibe una visita muy importante, la de uno de los dirigentes judíos, el fariseo Nicodemo.

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue (vino) de noche a visitar a (donde) Jesús, (y le dijo:…).

¿Por qué un personaje tan importante va de noche a ver a Jesús? Después de la echada de los negociantes del templo, probablemente la popularidad de Jesús entre los religiosos fariseos no era la mejor y estos no hubieran visto con buenos ojos que alguien de la categoría de Nicodemo fuera a ver a Jesús sencillamente para hablar. Como veremos adelante por las preguntas de Nicodemo, podemos deducir que Nicodemo debió haber quedado muy intrigado con el suceso del templo, por lo cual decide visitar a Jesús, no para volver al tema del templo, sino para conocer más profundamente a este Jesús, que venía haciendo milagros y actuando de una manera muy distinta a lo que otros religiosos hacían. Lo que Nicodemo le dice, muestra que este tenía bien claro que Jesús no era un personaje regular. Es muy posible que Juan (y de pronto también el resto de los discípulos) hayan estado presentes en esta conversación.

—Rabí (Mi maestro – título de honor) —le dijo—, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría (sería capaz de) hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él (en medio de él; unido a él).

Nicodemo comienza usando un título honorifico para hablarle a Jesús, reconociendo así la autoridad de Jesús, y remarca su comentario demostrando que debido a los milagros que Jesús hace, él debe tener el aval de Dios y por lo tanto viene con una misión de parte de él. Interesante es también que el término usado para estar con Dios no es el mismo término que conocemos de antes de acompañar a alguien, sino que se usa un término que significa que el acompañante esta en medio, unido a la persona que acompaña. Con ello Nicodemo expresa que la relación de Jesús con Dios es la de una unidad y no solo la de un acompañante. Tener ese tipo de relación, de unión con Dios, es lo que realmente nos habilita para hacer la diferencia.

(Le respondió Jesús y le dijo:…) —De veras (Lit. Amen, amen te digo…) te aseguro que (a menos que; si no) quien (alguien) no nazca (es procreado; regenerado) de nuevo (de lo alto) no puede (ser capaz de) ver (conocer) el reino (reinado) de Dios —dijo Jesús.

Es interesante que la respuesta de Jesús no parezca tener ninguna relación con la afirmación de Nicodemo. Jesús conocía el corazón de Nicodemo y la esperanza de todos los judíos de un mesías, un nuevo reino y la libertad del pecado, y va con su respuesta directo al grano de lo que Nicodemo realmente necesitaba escuchar: que solamente al ser hechos, ser creados completamente nuevos podrían tener aquello que anhelaban.

(Y le respondió Nicodemo:…) —¿Cómo puede (¿De qué manera es capaz un ser humano…?) uno nacer (ser procreado; regenerado) [de nuevo - esta parte no está en el original] siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede (es posible) entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer (Lit. …y ser procreado; regenerado)?

La respuesta de Jesús deja a Nicodemo completamente intrigado y confundido, ya que el parte de su pensamiento racional para tratar de entender lo que Jesús dice, cuando este está hablando de un nacimiento espiritual y no natural. Es interesante que Nicodemo, a pesar de ser un fariseo y conocer las Escrituras, no logra entender que Jesús está hablando desde la perspectiva espiritual y no la natural.

(Respondió Jesús:…) —Yo te aseguro (amen, amen te digo…) que quien no nazca de agua (a menos que una persona sea procreada (regenerada) del (denota origen) agua…) y del Espíritu (Gr. pneuma: corriente de aire), no puede (tener la habilidad o posibilidad de) entrar en el reino (realeza, reinado) de Dios —respondió Jesús—. Lo que nace (es procreado) del cuerpo (de la carne) es cuerpo (carne); lo que nace del Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen (Es necesario) que nacer (ser procreado) de nuevo (de arriba).” El viento (Gr. pneuma: la misma palabra usada para el Espíritu Santo) sopla por donde quiere, y lo oyes silbar (y oyes su sonido, su tono), aunque ignoras (pero no ves) de dónde viene (cuál es su origen) y a dónde va (a qué lugar se dirige). Lo mismo pasa (Así es…) con todo el que nace (es procreado) del Espíritu.

La respuesta de Jesús sigue dentro del ámbito espiritual, cuando explica que para ser nacido de nuevo espiritualmente, hay que ser nacido del agua y del Espíritu, y que ello es el requisito para entrar al reino de Dios o ver la realeza de Dios. Jesús está hablando acá de lo que hoy en día se conoce en algunas iglesias como los dos bautismos: el bautismo en agua, que ya lo explicamos antes, y el bautismo en el Espíritu Santo. Jesús pasa por un momento a lo natural al decir que lo que nace de la carne es carne, una analogía que Pablo explica más afondo después en su carta a los Romanos en los capítulos 5 al 8, en donde habla de la lucha de nuestra carne (nuestros deseos naturales) contra la ley del Espíritu. Jesús sigue explicando acá, que lo que nace del Espíritu es diferente, y lo conecta con lo que había dicho al principio de la necesidad de ser procreados de nuevo, por Dios. Después compara al Espíritu con el viento usando el significado original de Espíritu, al hablar de que el que nace del Espíritu es como el viento, del cual no se ve dónde se origina, ni hacia dónde se dirige, dejando claro, que al nacer de nuevo dejamos de pertenecernos a nosotros mismos y nuestros planes, y empezamos a pertenecerle a Dios y a dejarnos guiar por sus planes.

Nicodemo replicó (y le dijo):

—¿Cómo es posible que esto suceda (sea)?

(Respondió Jesús y le dijo:…) —Tú eres (el, un) maestro de Israel, ¿y no entiendes (conoces) estas cosas? —respondió Jesús—.

Acá vemos de nuevo que a pesar de que Nicodemo conoce las escrituras y es un maestro en su pueblo, desconoce o no entiende de lo que Jesús está hablando. Jesús le sigue entonces aclarando más…

Te digo con seguridad y verdad (Amen, amen te digo…) que hablamos de lo que sabemos (vemos) y damos testimonio (Gr. martureo – ser testigos) (y testificamos sobre la evidencia dada) de lo que hemos visto (experimentado) [personalmente – esta palabra no se encuentra en el original], pero ustedes no aceptan (no lo reciben, toman) nuestro testimonio. Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen (no tienen fe), ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales? Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre (ser humano).

Jesús pasa a decirle a Nicodemo que ellos (Posiblemente Jesús y sus discípulos) les han estado hablando de aquello de lo cual ya tienen evidencia y de lo cual son testigos, pero que Nicodemo y los demás fariseos y religiosos no aceptan lo que les han estado diciendo. Jesús está aterrado de que los religiosos no entiendan ni acepten las cosas simples y terrenales que él les está diciendo, y que aun así no quieran creer. Según el, ni siquiera serían capaces de creer en las celestiales, si él se las contara, pues solo una persona ascendió y descendió del cielo, el Hijo del hombre. Recordemos acá el comienzo de Juan: el Hijo del hombre es Dios hecho humano. Jesús habla también acá de manera profética, al mencionar su ascensión, la cual ocurre después de su muerte y resurrección.

»(Y así…) Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también (en esa forma) tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna perpetua. [Algunas versiones agregan: “…no se pierda…”, pero esto no hace parte de los manuscritos originales].

Jesús (o Juan – algunos eruditos consideran que esta parte ya no hace parte de la conversación de Jesús, sino de lo que Juan aprendió de Jesús sobre esa conversación; la explicación de la misma) continúa profetizando sobre lo que sucederá: así como Moisés levanto la serpiente en el desierto, para que los que habían sido picados por las serpientes se salvaran, así el mismo tenía que ser levantado y crucificado para que pudiéramos tener acceso a la vida eterna.

»Porque tanto (Por esta razón y manera…) amó (Gr. agapao: al amor incondicional) Dios al mundo (Gr. kosmos), que dio (entregar) a su Hijo unigénito (único nacido), para que todo el que cree en él no se pierda (no sea destruido completamente), sino que tenga (posea) vida eterna (perpetua). Dios no envió (puso aparte) a su Hijo al mundo (Gr. kosmos) para condenar (juzgar, castigar, diferenciar, decidir) al mundo (Gr. kosmos), sino para salvarlo (para liberar, proteger al cosmos) por medio (a través) de él.

Originalmente estábamos condenados, pero por el hecho de que Dios nos amó con un amor incondicional, por esa razón, entrego al único hijo que tenía, para que no fuéramos destruidos completamente, sino que pudiéramos tener esa vida eterna de la que hablo antes. También aclara que la misión de Jesús en la tierra no fue para venir a condenar o castigar o juzgar, o discriminar, sino claramente para salvar, liberar y proteger a su creación por medio de Jesús mismo. De la misma manera Jesús nos llama a no juzgar o condenar, sino a presentarlo a él para salvación y liberación.

El que cree en él no es condenado (castigado, juzgado), pero el que no cree ya (incluso ahora) está condenado (juzgado, castigado) por no haber creído en el nombre (denota carácter y autoridad) del Hijo unigénito de Dios.

Ahora, quienes creen en Jesús, en su naturaleza y carácter, en su autoridad como el Hijo de Dios, no son condenados, pero quienes no lo hacen, se han condenado a sí mismos al negar con ello la existencia del único Hijo de Dios.

Ésta es la causa de la condenación (la decisión del tribunal): que la luz (brillar, hacer manifiesto) vino al mundo (cosmos), pero la humanidad prefirió (amo incondicionalmente mas) las tinieblas a (que) la luz, porque sus hechos eran perversos (por causa de sus malas, hirientes obras).

Esa condenación funciona de la siguiente manera: la luz (Cristo) vino a su creación, pero esa creación amaba más las tinieblas que la luz, por su perversidad, ya que la luz manifiesta lo oculto y perverso. El ser humano no quiso asumir la responsabilidad y reconocer su maldad, sino que prefirió mantenerlo en secreto, y por eso rechaza la luz.

Pues todo el que hace (practica una y otra vez, ejecuta) lo malo (torcido, podrido) aborrece (odia, detesta) la luz, y no se acerca a ella temor a (Lit. ni viene a la luz para) que sus obras queden al descubierto (sean reprobadas, reciban un llamado de atención). En cambio, el que practica (hace) la verdad se acerca (viene) a la luz, para que se vea claramente que ha hecho (para que sean aparentes) sus obras en obediencia a Dios (porque en Dios han estado involucradas).

Toda persona que practica la maldad, lo torcido obviamente detesta que esto salga a la luz, ya que ello implica mostrarse tal y como uno es; y por ese mismo temor no se acercan a la luz, a Cristo, para que esa maldad sea confrontada. Esa confrontación en realidad es necesaria para que cambiemos. Mientras seguimos de manera testaruda haciendo lo que es malo y pensando que mientras no sea visto todo estará bien, nos engañamos y no estamos asumiendo la responsabilidad. Así tampoco podemos cambiar. Pero, las personas que practican lo que es verdadero y correcto, buscan esa luz, para que así se vea claramente que están obedeciendo a Dios y su ejemplo sirva de testimonio que están metidos con Dios. Al acercarse a la luz, a Cristo, ven sus fallas y corrigen el curso, permitiendo que la luz de Cristo se haga más y más evidente en sus vidas. Y eso es lo que deberíamos buscar.

martes, 22 de abril de 2014

Juan 2:13-25 – Jesús se opone radicalmente a que la casa de Dios sea un mercado

Después de la boda en Cana, Jesús, su familia y sus discípulos continúan su viaje en dirección a Capernaúm y Jerusalén.

Cuando se aproximaba (Y estaba cerca) la Pascua de los judíos, subió Jesús a Jerusalén. Y en el templo (un lugar sagrado; todo el precinto) halló a los que vendían (negociar con) bueyes, ovejas y palomas, e instalados en sus mesas a los que cambiaban dinero (y a los que negocian con monedas sentados).

Según vemos acá, el plan de Jesús y su familia probablemente era asistir al peregrinaje anual que las familias hacían para ir a Jerusalén, con el fin de ir al templo a celebrar la fiesta de la Pascua. La festividad de la Pascua (Hebreo: pasar, saltar de un lado a otro) fue instituida por Dios en el Antiguo Testamento. Era una de las principales celebraciones judías, que recordaba la noche en que el ángel de Dios pasa por las casas de Egipto e inicia la liberación de Israel de la esclavitud. Todavía se celebra casi de la misma manera en que se hacía hace siglos: con un banquete en la cual se come pan sin levadura y se sacrifica un cordero como símbolo de la expiación de nuestros pecados. (Éxodo 12; Deuteronomio 16:1:1-8). Con la pascua comienza el año judío. Jesús instituye después en su última Pascua, durante la misma noche en que se recuerda la salida de Egipto, la Santa Cena o Última Cena, con la cual traslada el simbolismo de la Pascua judía a su propia persona y declara que él es el Cordero que se sacrifica por los pecados de la humanidad. Esta misma cena se convierte tanto en la culminación del Antiguo Pacto, como en el comienzo de un Nuevo Pacto, por lo cual Jesús le ordena a los discípulos continuar con la tradición para recordarle que regrese y pre-celebrar las bodas del Cordero.

Al llegar Jesús a Jerusalén, vemos que se dirige primeramente al templo y cuando llega observa que todo el recinto del templo estaba lleno de negociantes que vendían los animales establecidos para el sacrificio y también aquellos que negociaban cambiando las cosas que traían los peregrinos por monedas con las cuales pudieran comprar los sacrificios. La ley judía establecía que dependiendo del tipo de pecado por el cual se quería hacer expiación, así como de los recursos financieros de cada uno, se debía sacrificar un animal diferente. Pero estos animales tenían que ser perfectos y contar con ciertas condiciones especiales. Originalmente cada familia traía sus propios animales para el sacrificio y el sacerdote oficiaba el mismo. Pero los religiosos de la época de Jesús vieron en esta práctica la oportunidad de hacer dinero, por lo cual le prohibieron a la gente traer sus propios animales y les obligaron a comprarlos en el templo. Quienes no tenían animales y necesitaban uno, debían cambiar alguna otra posesión por monedas, para con ellas comprar los animales deseados. Como vemos, esta práctica indigno muchísimo a Jesús.

Entonces, haciendo un látigo de cuerdas (cuerdas cortas/pequeñas), echó (expulsar) a todos del templo, juntamente con sus ovejas y sus bueyes; regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero (negociantes de monedas) y derribó sus mesas. A los que vendían (negociaban con)  las palomas les dijo:

—¡Saquen esto (estas cosas) de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa (hogar, habitación) de mi Padre en un mercado (gr. emporion – mercadería, emporio)? (No conviertan la casa de mi Padre en una habitación de mercadería).

Sus discípulos se acordaron de que está escrito: «El celo (la pasión) por tu casa (habitación, hogar) me consumirá.» (Salmo 69:9).

Tristemente la práctica de hacer negocio con la fe siguió usándose no solo en la tradición judía de aquella época, sino especialmente en la iglesia cristiana a lo largo de los años e incluso hoy en día: la iglesia católica la tuvo durante la edad media para financiarse a través de las indulgencias y la venta de reliquias, la iglesia protestante las retomo después a través de la institución de un sistema de ofrendas que no tiene sustento bíblico, y hoy en día sigue haciéndose negocio con ello, no solo con la venta de objetos de culto, sino a través de la teología de la prosperidad, a través de la cual incluso se condiciona la sanidad, la prosperidad y otras bendiciones al hecho que uno haya dado su ofrenda a la iglesia; en términos de ellos “a Dios”. Personalmente creo que Jesús esta hoy igual de indignado con la actitud de los religiosos que practican esto, al igual que lo estaba en su época al ver lo que pasaba en el templo.

Tal es la indignación de Jesús, que se hace un látigo con el cual echa fuera a todos los negociantes que están en el templo, reclamándoles que han hecho de la casa de su Padre un centro de negocios. Jesús busca enfocar de nuevo a la gente en el objetivo del templo: el hecho de que Dios habita allí, y que la razón principal del mismo, es que la gente pueda ir a encontrarse con Dios, no a lidiar con negociantes y cumplir unos ritos que esclavizaban a la gente y hacían ricos a quienes se aprovechaban de ellos.

Otra razón por la cual Jesús vuelve el foco de la gente hacia Dios Padre, es el recordarles de donde ha venido la existencia del templo y lo que realmente debía representar. Cuando vamos atrás en la historia, vemos que inicialmente, en la creación, el ser humano y Dios se paseaban juntos, conversando cara a cara. Después, con el pecado del ser humano, esa relación directa se rompe, al romperse la confianza entre los dos. Dios podía haber desechado a su creación y dejar al hombre solo, pero no lo hace; Dios decide seguir amándolo y busca restaurar esa relación con él. A lo largo del Antiguo Testamento vemos entonces ejemplos de personas que tienen esos encuentros y conversaciones personales con Dios: Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés. Todos ellos tuvieron encuentros personales con Dios y conversaciones que les guiaron en la vida, y ninguno de ellos jamás asistió a la iglesia o a un templo. Con Moisés, la historia empieza a tomar otro rumbo. Mientras que hasta acá los encuentros habían sido principalmente a unas pocas personas, a partir de Moisés Dios se comienza a mostrar a su pueblo entero a través de milagros y señales sobrenaturales. Esto lo hace inicialmente para demostrarles que les puede sacar de Egipto y guiarles a la tierra prometida que todos sus antepasados habían anhelado. Pero Dios desea ir más allá: cuando llegan a un lugar del desierto en el cual se encuentra el monte Sinaí, Dios le anuncia a Moisés que se quiere revelar directamente a su pueblo y hablarles directamente a cada uno de ellos. Tristemente la reacción del pueblo es de miedo y en vez de aprovechar la oportunidad de una relación directa con Dios, deciden que sea Moisés el único que hable por ellos (muy parecido a lo que tenemos hoy con los pastores y líderes de las iglesias). Los resultados los vemos unos capítulos después: idolatría, desobediencia, etc. Sin embargo, Dios no se da por vencido y le da a Moisés el diseño del precursor del templo: el tabernáculo. Dios le muestra con ello al pueblo que quiere habitar en medio de ellos y con ellos. El tabernáculo no era un lugar de reunión como tal, sino un lugar para sacrificios, en los cuales se iba anunciando el sacrificio futuro de Jesús. El pueblo sabía que Dios estaba allí, cuando veían el fuego o la nube sobre la carpa del mismo.

Tiempo después, cuando el pueblo de Israel ya es una nación establecida, basada en una teocracia que funcionaba relativamente bien; el pueblo, después de ver que las otras naciones alrededor tenían sus reyes y príncipes, decide que tener a Dios como jefe de la nación no es suficiente y le pide al profeta Samuel que establezca un rey. Samuel, quien tenía una relación directa con Dios, entiende que esto es un error y trata de convencer al pueblo de que están cometiendo un grave error. Dios, a pesar de todo, permite al pueblo tener lo que desean, no sin antes advertirles de las consecuencias. Hasta acá, vemos que la gente había rechazado a Dios en varias formas: lo saco primero de su intimidad y relación personal, después lo saco de su fe y por ultimo termina sacándolo de su cotidianidad. Afortunadamente Dios se encarga de establecer un rey con el cual tiene una fuerte relación: David. David entiende bien lo que Dios realmente quiere y busca restablecer el tabernáculo que había sido prácticamente olvidado; busca restablecer la relación de Dios con su pueblo. El recupera el tabernáculo y lo deja en un lugar al que todo el mundo puede acceder. Interesantemente esta viene a ser la única época en que todo el mundo puede acceder al tabernáculo mismo a buscar a Dios y tener una relación con él. Por eso es retomado en el Nuevo Testamento como ejemplo del acceso directo que tenemos con Dios. David desea que la presencia de Dios sea más consiente en su pueblo y decide construir un templo para Dios, pero reconoce claramente en uno de sus Salmos que Dios no habita en templos ni lugares construidos por personas. Su interés principal es que las personas entiendan que Dios siempre estaba cerca de ellos, al alcance de su corazón. El pueblo sin embargo olvido eso, y acá tenemos a Jesús recordándoselos una vez más. La pasión que Jesús tenía y que el salmista menciona, no era la pasión por una edificación en sí, era la pasión por la presencia de Dios allí. Jesús anhelaba que la gente entendiera que la prioridad en nuestras vidas no la tenían los sacrificios y actos expiatorios, sino la presencia de Dios en nuestras vidas.

Entonces los judíos reaccionaron, (y le dijeron) preguntándole:

—¿Qué señal (ceremonial o sobrenatural) puedes mostrarnos para actuar de esta manera (para hacer lo que haces)?

—Destruyan (liberen) este templo (habitación, santuario, la parte central del templo) —respondió Jesús (y les dijo)—, y lo levantaré (despertar, levantar de un estado de sueño, muerte, oscuridad, etc.) de nuevo en tres días.

(Dijeron entonces los judíos:…) —Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo (habitación), ¿y tú vas a levantarlo (despertar) en tres días?

Pero el templo (habitación) al que se refería era su propio cuerpo. Así, pues, cuando se levantó (fue levantado (despertado)) de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron (tuvieron fe, confiaron) en la Escritura y en las palabras (la palabra – logos) de Jesús.

Los religiosos judíos obviamente reaccionan inmediatamente ante lo sucedido cuestionando la autoridad de Jesús y reclamándole que demuestre que tiene autoridad para hacer lo que hizo. La respuesta de Jesús es simple: él pasa de la edificación templo a declararse él mismo el templo, y profetiza su muerte y resurrección frente a ellos. Los judíos, que solo se enfocaban en lo importante que era su templo, no entienden la parábola que Jesús usa para describir quien es él y lo que va a hacer y siguen insistiendo en la edificación. Incluso los discípulos solo caen en cuenta de ello, después de que Jesús ha resucitado de los muertos, cumpliendo su propia profecía.

En el Nuevo Testamento vemos que la comprensión de los discípulos al respecto también cambia después, cuando mencionan que el templo de Dios somos cada uno de nosotros y que Cristo habita en nosotros, lo cual siempre ha sido el objetivo de Dios: que seamos uno con él y él con nosotros – la relación perfecta de intimidad; el regreso a la creación original.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta (festival) de la Pascua, muchos creyeron (tuvieron fe, confiaron) en su nombre (denota: autoridad, carácter) al ver (ser espectadores, discernir) las señales (milagros, indicación ceremonial o sobrenatural) que hacía. En cambio Jesús (Jesús mismo) no les creía (no tenía fe, no confiaba en ellos) porque los conocía a todos; (y porque) no necesitaba (requería, demandaba) que nadie le informara nada (le diera testimonio, fuera testigo) acerca de los demás (otro ser humano), pues él conocía el interior del ser humano (pues él sabía lo que había en el ser humano).

Jesús continúa en Jerusalén durante todas las festividades y vemos que realiza varios milagros, que llevan a varias personas a creer y confiar en él. Jesús mismo, sin embargo, no era confiado ni se dejaba llevar por la gente ni el ‘que dirán’, ya que siendo Dios, conocía perfectamente las intenciones que cada persona tenía. Esto muestra también a un Jesús que sabía muy bien quien era y que no necesitaba que otros le hicieran lobby para hacer lo que vino a hacer: traer libertad y salvación.